Entrevista a Ernesto Argañaraz

Colección Hijos de detenidos y desaparecidos



Ernesto nació en la ciudad de San Juan el 20 de julio de 1968. Tiene una hermana dos años mayor, Yamila. Su mamá, María Elena Gómez “Negrita”, oriunda de esa localidad, y su papá, Justino César Argañaraz “Chechi”, cordobés, eran militantes del PRT– ERP. Su padre, miembro de la compañía urbana del ERP “Decididos de Córdoba”, participó de la toma de la Fábrica Militar de Pólvora y Explosivos de Villa María, durante el copamiento fue herido de muerte y falleció esa misma noche del 10 de agosto de 1974. Su cuerpo fue enterrado clandestinamente. Ernesto recordó que se enteró, por televisión, sobre la aparición del cadáver de su padre en 1977. Su mamá fue secuestrada el 1 de junio de 1976 durante la mudanza de una casa operativa del ERP en Alta Córdoba. Mencionó las posibilidades de que su madre haya estado embarazada al momento de su secuestro, la falta de investigación y el silencio que se produjo en su familia materna.
Relató las emociones y los cambios de vida ante el asesinato y desaparición de sus padres.
Luego del secuestro de su madre, él y su hermana fueron llevados a San Juan. Recordó el hostigamiento físico y psicológico por parte de un primo, los cambios emocionales y en la cotidianeidad de su vida. Permanecieron allí durante un año y medio, desde julio de 1976 a noviembre de 1977, cuando volvieron a Córdoba a vivir con su abuela paterna Otilia, en Unquillo. Es ella quien se encarga de reunir a Ernesto y Yamila con sus primos, Martín y Ramiro, hijos de Mercedes Argañaraz y Tomás Fresneda desaparecidos en Mar del Plata. Recordó la alegría que le produjo volver a Córdoba, los juegos en el río, el compartir con sus primos, pero también las faltas económicas, el esfuerzo y los recorridos de su abuela Otilia por las cárceles del país visitando a su hijo mayor Tristán.
Contó sobre el dolor que le causó que una de sus tías paternas se lleve a Martin y a Ramiro a vivir a Catamarca y que ellos quedaran con su abuela.
Asistió a la Escuela Superior de Comercio “Manuel Belgrano”, donde recordó la rigidez del establecimiento en ese momento y las diferencias con sus compañeros. Reflexionó sobre aquella “sociedad tan cadavérica, tan callada” donde tuvo que mentir sobre el secuestro y asesinato de su padre y su madre, diciendo en la escuela, o a otros niños, que habían muerto en un accidente de tránsito. Mencionó la importancia de la palabra y el poder contar.
Analizó lo perverso del discurso genocida sobre las personas desaparecidas a fines de la dictadura. Mencionó las diferencias entre el asesinato y la desaparición forzada así como sus efectos en la subjetividad. La certeza sobre la muerte de su padre y el pensamiento mágico de la niñez que aún persiste en la esperanza de la aparición con vida de su madre. Mencionó los efectos subjetivos de la desaparición forzada y los miedos que se suscitaron en su paternidad.
Reconoció los juicios a los genocidas como el puntapié de su deseo de buscar, de reconstruir la historia. Relató que ha ido reconstruyendo a sus viejos de distintos modos a lo largo de su vida, resaltando el acercamiento a medida que se acerca a la edad de sus viejos. “¿Cómo entendía el mundo esta gente?”. Contó que al fallecer su abuela Otilia encontró en su casa un recibo de pago de cuota de un terreno que realizó su padre tres días antes de ir a la acción en Villa María, lo cual le plantea la certeza de que “esta gente quería vivir, no se iban a la muerte”.
Recordó la concepción que durante su infancia tenía de la militancia de sus padres y el “adiestramiento” político. Mencionó la elección de sus padres para nombrarlo: Ernesto Vladimiro.
Sobre la relación héroe-hombre, contó que la posibilidad de pensar al padre con miedos, contradicciones, permitió otro tipo de búsqueda. : “saber quién era mi viejo, cómo era mi vieja”.
Comentó que en marzo de 1989, al volver de un viaje de mochilero por Argentina, se anotó en la carrera de Medicina. El 10 de agosto, aniversario de la muerte de su padre, su abuela Otilia lo llamó por teléfono diciéndole que preparara las cosas que se iba a estudiar Medicina a la Universidad de la Habana en Cuba. Relató su experiencia como estudiante en Cuba, la situación económica de la Isla durante el bloqueo, las carencias, las contradicciones y la solidaridad de los cubanos. Las diferencias culturales con Argentina y la idea de que Cuba sólo es comparable consigo mismo.
Al volver a Argentina trabajó como médico en Yacanto de Calamuchita, en interior de la provincia de Córdoba. Relató la experiencia como profesional, la complejidad y las dificultades que se le presentaron de acuerdo a las diferencias que mantenía con la intendencia en orden a la concepción de salud y de sujeto. Reconoció en ese momento cierta soberbia con la que creía poder desarrollar su práctica médica en esas condiciones. Se fue a vivir a La Cumbrecita y, tiempo después, lo acusaron de ser responsable de la detonación de una bomba en la casa del Intendente de Yacanto. Contó que ese episodio le hizo revivir los allanamientos en su casa cuando era niño.
Durante un tiempo sufrió ataques de pánico, fue dejando de ejercer su profesión y le ha costado mucho relacionarse socialmente.
Habló del encuentro con la fotografía de su padre detenido en el D2 durante 1972, que el APM le entregó junto con otros datos encontrados. Describió las sensaciones que le generaron las dos imágenes de frente y de perfil, en donde ve a su padre desafiante y al mismo tiempo resignado. Reflexiona sobre esa imagen como parte de una cotidianeidad, de lo “común” que era que su padre fuera detenido.
Contó sobre su elección de subir esa foto a una red social. Los comentarios en torno a su parecido físico con el padre. Mostró dos imágenes, una de su padre y otra de él, constatando su similitud de rasgos.
Dijo que decidió compartir esta imagen porque piensa la tragedia personal dentro de una tragedia histórica.