El Memorial de las Luciérnagas es un homenaje a la búsqueda incansable que Abuelas lleva adelante. Cada lamparita que se prende simboliza la aparición de un nieto o nieta que recupera su identidad biológica. Cada lamparita vacía son los nietos que faltan e impulsan a seguir luchando con la firme esperanza de encontrarlos. Cada luz que se prende también nos recuerda la delicada pero potente luz de las luciérnagas que, en su intermitencia, provoca esperanza y nos muestra que la destrucción no es nunca absoluta.
Este Memorial es una instalación de luces inaugurado en marzo de 2013 y realizado por las arquitectas del museo de sitio, a través del cual se pretende homenajear no solo a los nietos apropiados y la lucha de Abuelas sino también a todas aquellas historias de niños, niñas, y adolescentes que transitaron su infancia en dictadura.
El Memorial de las Luciérnagas está ubicado en el ultimo patio de la edificación donde funcionó el ex D2. Este espacio era reconocido como “patio de los Legales” en la jerga del centro clandestino porque allí llevaban a las personas que habían pasado a la “legalidad” para ser derivados a otros destinos como la cárcel. También ese espacio albergaba a los detenidos llamados “comunes”.
Bajo el memorial de las luces se encuentra un lapacho plantado en el marco de las intervención urbana “Los árboles de la vida” representando a los desaparecidos y asesinados de Córdoba. El lapacho y las luces son espacios de recuerdo y duelo colectivo. Un espacio de restitución de los afectos y de la memoria de los y las compañeras desaparecidas. Este patio es testigo de diversas actividades artísticas y culturales que resignifican el ex CCD.
Entre abril y agosto de 2019 sumamos dos nuevas luces al memorial y ambas fueron de gran emotividad ya que dos nietos vinculados a Córdoba fueron restituidos. La primera de ellas fue la hija de Norma Síntora y Carlos Solsona, ambos cordobeses. El acto se realizó el 7 de mayo de 2019 y fue su hermano Marcos quién encendió la luz esperando el encuentro con su hermana la cual recién recuperaba su identidad. El martes 6 de agosto fue el turno de Matías, quién vive en Córdoba y fue el primer nieto recuperado en colocar su propio foco. El Archivo Provincial de la Memoria junto a Abuelas Plaza Mayo filial Córdoba recibieron a Matías, el nieto 130, y compartieron una inmensa jornada de celebración por la restitucion de su identidad en el Patio de las Luces donde se encuentra el Memorial de las Luciérnagas.
Acompañanado Matías invitamos a escribir y reflejar en palabras la histórica lucha de Abuelas y la enorme emoción y compromiso que acompaña esta y cada luz que se enciende en el Patio de las luces del Archivo de la Memoria.
"Me emocioné con cada poema, con cada escrito, que han leído. Con las palabras de Sonia y todo el cariño que me llega. Pero quería rescatar de las últimas palabras de Sonia cuando decía que la lamparita 130 es mía, yo siento que es de todes. Como también siento que una parte de las otras 129 me pertenecen. La mía es un símbolo colectivo. Entiendo que no hay un símbolo más lindo que una luz que se prende. Porque es un símbolo de esperanza, un símbolo de vida, de dar a luz, un símbolo que vence a la oscuridad, en cada amanecer”, dijo Matías mientras ase abrazaba a Sonia que con su presencia incondicional nos desafía todos a seguir la búsqueda.
Compartimos los relatos de Eugenia Almeida, Griselda Gómez, Soledad Boero, Florencia Ordoñez, María Laura Villa, Hichi Parodi, Roberto Martinez.
Luces,
luces de un tiempo excepcional.
¿Qué buscamos en estas luces?
Quizás lo no dicho,
quizás lo escondido en los corazones de aquellos hombres y mujeres brillantes que dieron sus vidas por esta patria grande tan castigada,
quizás el interior enigmático de una época desgarrada que muestra sus ausencias, sus faltas, sus ruinas,
quizás las entrelíneas de una historia demasiado sobrecargada de tragedias, errores, victorias y derrotas que no deja de lanzar, como escribiera Benjamin en otra encrucijada dramática, al frágil cuerpo humano a la inclemencia de fuerzas que no parecen hacer otra cosa que recordarle su infinita pequeñez,
quizás...
La incertidumbre que emerge. Poderosa. Convulsionante.
El presente que intenta devorar, a un mismo tiempo, al pasado y al futuro, con brutales violencias materiales y discursivas.
Sin embargo, diría el compañero, aprendimos a guardar los saberes amenazados y antiguos. Aprendimos a buscar los tesoros, que son luces, huellas que hay que aprender a descifrar constantemente: legados, herencias, tradiciones, experiencias, escrituras y resistencias que nos recuerdan que nada de lo acontecido en la historia permanece a salvo cuando sopla el viento huracanado de los vencedores pero, del mismo modo, que nada de lo que ha dejado marca en lo más recóndito de la memoria se despide de esa misma historia sin ejercer su derecho a la ruptura, a la disconformidad y a la espera que alimenta amorosamente los sueños, las utopías, las leyendas, las acciones alocadas, los giros inesperados y la infinita tenacidad por impedir que todo sea aún peor.
La tenacidad de persistir, de iluminar.
Bienvenido, gracias por la luz
Roberto Martinez
El patio de las luces es también el patio de los encuentros. Es, tal vez, uno de los más resignificados por las luces de su lucha; por los estudiantes que transforman los sentidos y las memorias; por los abrazos que genera; por lo que el teatro le permite contar; por la música que regala mágicos instantes.
Quienes trabajamos aquí también lo hacemos cómplice de algún descanso, pucho, almuerzo, secreto. En este laburo, a veces militante, convivimos con las historias que habitan estas luces. Sabemos sus nombres, el día que nacieron, qué estudiaban, por qué luchaban, cuando desaparecieron. Cada historia nos interpela por cercanía familiar o amistad, por identidad política o militante, por la sensibilidad que nos devuelve y generan sus imágenes, esas que no envejecen y nos impulsan a llenar los rostros que faltan. Esas fotos que cotidianamente nos interpelan.
Muchas veces camino la sala de Abuelas preguntándome si será posible encontrarlos y abrazarlos. Muchas, lo siento imposible. Por eso cada encuentro se siente propio.
Guido, Matías, Marcela, Gustavo, Belén…
Desde hace algunos Jueves, mientras colgamos las fotos en el pasaje, me quedo mirando a “La Normita”. La veo iluminada. Aunque su imagen es inmóvil, tanta luz y alegría hace que se resalte su sonrisa. Esa sonrisa que quedó retratada en algún instante de verdad. Marcos me comparte una foto de su hermana. Ver esa foto me alivia, ya no le decimos la 129, ahora la llamamos por su nombre: Marcela.
Cada encuentro nos es propio, porque las luchas son colectivas, y en cada encuentro somos muchos pensándolos. Muchas y muchos que hicieron propio el dolor, la lucha y la celebración de los encuentros.
Éstos días de encuentros son también días de Justicia. Bienvenido Matías!.
María Laura Villa
Viviana, tenemos que hablar
Don Antonio dice que soy buena alumna, pero que me distraigo mucho, entonces me ha puesto en la primera fila, al lado de su escritorio, para que no hable tanto con Zahira. Hoy se puso a charlar con el maestro de tercero, porque a nosotros no nos deja charlar en clase, pero él sí puede porque es el maestro. Y el maestro de tercero que es todavía más viejo que Don Antonio trajo un periódico y se pusieron a comentar no sé qué noticia de Argentina y como dijeron Argentina me puse a escuchar qué decían y hablaban de unas locas que daban vueltas en la plaza y como no entendí nada, cuando sonó el timbre del recreo le dije a Don Antonio que me quería quedar en clase practicando caligrafía y al de tercero que me prestara el periódico para copiar algunas frases y entonces pude leer bien eso que decía de Argentina y había una foto de unas señoras con pañuelos en la cabeza y un cartel que decía “aparición con vida” y fotos de gente, y una foto me hizo acordar a la foto de mi mamá en el pasaporte y también me acordé del hombre raro que fue a casa y me puse a llorar mucho y luego me enfadé porque Viviana y Horacio no me contaron nada de esas señoras ni de esa gente de las fotos y dicen que vinimos de Argentina porque aquí hay más trabajo, se creen que porque sólo tengo siete años no entiendo nada, mira si mi mamá va a preferir ser cajera en Almacenes Arias antes que ser maestra que es lo que más le gusta. Se creen que soy tonta, pero ya va a ver Viviana cuando vuelva a casa, me va a tener que contar todo. Y más enfadada estoy con Don Antonio y con el maestro de tercero por reírse de esas señoras que buscan a sus hijos y llamarlas locas, ¡qué sabrán ellos! Son como Borja, seguro que son fachas. Yo creo que cuando sea mayor voy a ser comunista.
Con amor y admiración a esas señoras, las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Con emoción y abrazo apretado a las hermanas y hermanos que han restituído sus identidades. Con esperanza por las luces que faltan.
Florencia Ordoñez
De los antepasados remotos que se conjuraron para que nacieras.
Del orgasmo que te engendro.
De los arrullos con que te acunaron desde el útero.
De los deseos.
De las caricias redondas.
Del latido rítmico del corazón de tu mamá.
De las mariposas que recorren la panza creciendo.
De las hormonas amorosas impregnando hasta el futuro.
Del pujo magnífico que te trajo de este lado del mundo.
De las horas o minutos o segundos en que las pieles estuvieron juntas. Del pezón y su leche calentita.
De la familia buscándote: los tíos, los primos hermanos, segundos, terceros, las nueras, los yernos, el árbol completo, extenso, enlazado con otros…del bosque.
De la gran abuela, la que nunca deja de caminar: la que convoca a los músicos para que te canten, a los pintores para que te pinten, a los escritores, a las tejedoras, a los cocineros.
De la gran abuela irradiando luz y su calor por los rincones más oscuros de la historia. Que recuerdes algo, o lo presientas, o lo huelas y te acerques.
Tenemos el mate calentito esperándote, como siempre.
Silvina Parodi
PALABRAS PARA ACOMPAÑAR UNA LUZ MÁS…
De todas las estrategias vitales que buscamos desesperadamente para transitar estos tiempos desolados, de todas aquellas luchas y sueños que alimentamos para que, al despertar, nos acompañen en su estallido y esplendor, el encuentro de un nieto a través de la gesta de Abuelas es el acontecimiento más intenso, noble y generoso que podamos imaginar y experimentar. Un acontecimiento que desborda las explicaciones racionales, las cronologías, los tiempos lineales en los que la velocidad de los días nos sumerge más de lo que quisiéramos. Pareciera que estos trazos de luz traen consigo la fuerza y la insistencia de otros tiempos subterráneos que, lejos de extinguirse o clausurarse, nos muestran su vitalidad insurgente, sus ritmos singulares, sus persistentes latidos. Quizá se trate de una memoria sensible, aquella que contiene todo el dolor y la pérdida del mundo, pero también -y tal vez por eso- la sublevación más visceral que podamos sentir, el grito a cielo abierto, los infinitos pliegues y destellos de lo vivo, el deseo y la potencia de querer existir. Porque lo que se produce a través de estos encuentros no es del orden de la superficie de las cosas, de nuestros hábitos cotidianos, de nuestras reguladas percepciones. Lo que activan estos encuentros se vincula con una emoción profunda que no conoce de contornos ni de límites, una emoción que nos hace sentir la fuerza de esos tiempos subterráneos derramarse en nosotros. Una emoción que se abre a los afectos más puros y frágiles que nos atraviesan y nos forman. Sólo a partir de la emoción profunda provocada por esa temporalidad vibrante que aparece en la singularidad de cada uno de estos encuentros; sólo a partir de los afectos sensibles que despierta y nos hacen replantear los sentidos urgentes de los lazos que como comunidad deseamos; sólo a partir -insisto- de estos encuentros amorosos -que materializan la búsqueda incesante de nuestras Abuelas- podremos imaginar las potencias de la historia desplegadas hacia el porvenir que soñamos. A ese tiempo entonces, a esa fuerza del pasado “que se sale de sus goznes” y que nos pone en movimiento, contagia de entusiasmo, nos conmueve; a ese tiempo -digo- hay que cuidarlo como un delicado tesoro, acompañarlo con todas las formas sensibles de creación de las que seamos capaces. Porque sabemos que es a partir de allí donde se encuentra el oxígeno de toda posibilidad de futuro. Matías: Bienvenido a esta nueva / otra vida poblada de afectos. Abuelas: Toda nuestra admiración y amor infinito. Soledad BoeroElena busca a Juan Manuel.
De todas las maneras que hay de buscar, esa quizás haya sido la más desesperada, la más urgente, la más dolida.
Elena desaparece buscando a Juan Manuel. Es obligada a seguir el camino turbio donde las huellas son destruidas. De todas las maneras que hay de desaparecer esa quizás haya sido la más cruenta, la más feroz, la más espanto.
27 de diciembre de 1977. La esquina de Ramallo y Grecia. Una mujer encuentra a un bebé. De todas las maneras que hay de encontrarse, esa quizás haya sido la más cegadora, las más nudosa, la más esperanzada.
Un tío espera, durante cuarenta años, que el teléfono suene y le traiga noticias. De todas las maneras que hay de esperar, esa quizás haya sido la más paciente, la más inamovible, la más empecinada.
Años. Años. Un hombre busca, quiere saber. Dice: “del otro lado podía estar buscándome un hermano, un tío, una abuela". Del otro lado, dice. El lado ese que escapa a nuestros ojos. El lado que aún no hemos visto, el río por cruzar, la palabra por decir, el gesto por hacer. Los infinitos tiempos en que lo propio se despliega hasta alcanzar el punto en que podemos hacer pie.
Movimiento.
Una danza que es nuestra, nuestro cuerpo buscando lo propio bajo esa melodía de espanto que compusieron los verdugos.
Nuestra danza.
La coreografía impensada, siempre improvisada, infinita, nunca abandonada, nuestros movimientos. La posición que toman nuestros cuerpos bajo la tormenta.
De todas las maneras que hay de volver esta quizás sea la más potente, la más libertaria, la más conmovedora.
Desde el Siglo XV los japoneses practican Kintsugi, el arte de reparar con resina y polvo de oro las fracturas de la cerámica. No buscan ocultar la grieta. Permiten que ese rasguño, esa cicatriz, esa herida sea parte. Que esté ahí, sin disimulo. Nos rompimos, fuimos rotos, quebramos, fuimos partidos por un rayo de violencia. No vamos a esconderlo. Ni a disimularlo. Hemos hecho algo con eso. Cada día. Iluminar. Iluminar.
“La herida es el lugar por donde entra la luz”, decía el poeta persa Rumi.
De todas las formas que hay de celebrar quizás esta sea la más propia. La más nuestra. Una celebración que no cabe en las palabras. Sólo en este brillo de la lámpara 130.
Eugenia Almeida
Soy Sonia en primera persona
Hace cuarenta y tres años
Que claudicar es imperdonable
Arrastro papeles amparos desamparos
Hábeas corpus declaraciones
Relatos confesiones
Busco nieto en desolación y en esperanza
Rastros debajo de la fuente
Donde hoy se multiplican las monedas
Antes allí celdas del tormento
Contradecían parábolas del Pastor Bueno
Busco en supuesta pulcritud hospitalaria
De Casa y Cuna
En hospital con insignia
Batallón cercano Dante
Soy en todas las que llegaron y se fueron
Esperando justa señoría
Que detenía causas y penas en mudos tribunales
Busqué de ciudad en ciudad
Tu viva vuelta
Porque había tocado en su vientre
Tu espesura
Reclamé frente a la rabiosa impunidad del general
Pedí frente a la impúdica complicidad del cardenal
Arrebaté días
Me senté en los bancos de las escuelas
A buscarte a vos y a los que como vos
Podían estar mezclados
Con nombres vulnerados
No viniste en recreos
En aromas de lápices perdidos
Ni en cáscaras de mandarinas
Tapando bebederos
Puse avisos en los diarios
Comparé fotos designios rotos
No supe de venganza en marcha
Pensar y penar
Viajes desaforados sin más armas
Que cartas y recursos
Pedir clemencias
Rebotar por ausencias
Decirle al escaso mundo del afuera
Toda esa urgente necesidad de traerlos a casa
A todas las puertas y ventanas
Perjurar inocencias deponer compromisos
Lealtad ideología
Arrojarlas lejos y clamar frente a la iglesia
A la catedral a la gruta
Pedir por favor en el socorro
En los trajes blindados de las monjas
Con la esperanza de hallar lo que no estaba
Clamé frente a la sórdida sombra uniformada
Pedí por ellos a la cómplice sotana
Y nada y nadie
No estaban
Podía ser en cordillera en sierra
En el borde del mar
En la panza de la montaña
Podrían estar allí purgando
Lo que otros creían incorrecto
Armas y luchas enterradas libros quemados
Ideas consignas desterradas
Me uní a ellas
Corrimos en manada en cardúmenes
En brazos tomados
Con nuestros vestidos floreados y tacones
Fuimos de frío
De lluvia de furioso verano
Con las patas de caballos armados
Arriadas sobre espaldas
Seguimos gritando
Frotando pañales con nombres y fechas
Encendí velas de pedir
Hornallas de cocinar
Carbones de asar
Fuegos de artificio para que reconocieran
Casa por casa villa por villa
Tiempos y templos
Llegué al primer peldaño
De la gris casa curia de palmera y seminario
Un secretario de negro y cuello blanco
Me dio por bienvenida
La enconada despedida
Su parda hostia cayó en pedazos
Con clausura de los santos
Después nos fuimos acercando
Al borde de las fosas
Y en los huesos apretados
Nuestros hijos estallados
Buscamos en cañaverales
Montes campo llano
La salina también es campo santo
Por izquierda march
Salto a tierra
Fuego fusilen
Comunicado
Prevaricatos
Morfinas voladoras
Sobre mares y lagos
Fuimos reconociendo
El desastre y el despueble
Soy parte de reconocer
Y estremezco todavía
En el ciego paréntesis del tiempo
Soy Sonia Torres y todas las Abuelas
No hay tregua entre el sueño y el insomnio
Florecemos en cada muestra
En cada aparición
En toda espera
Tendrás mi mano
Que acarició su vientre y tu espesura.
Griselda Gómez de los libros “Andalucía Nueva Ignara” (2012 Ed. Babel) y “Abuela Sonia” (2014 Narvaja Editor)