El abogado de la querella, Martín Fresneda, le dice: “Sé muy bien lo que es ser hijo de desaparecidos, pero tengo que preguntarte Soledad: ¿qué significa para vos ser hija de desaparecidos?”. Él lo sabe muy bien, hijo de Tomás y Mercedes, desaparecidos en julio de 1977. Sabe lo que es no tener a sus padres, lo que es buscar a su hermano nacido en cautiverio y apropiado, lo que es trabajar denodadamente y muchas veces en soledad desde la agrupación H.I.J.O.S. Y quiere que quede evidenciado en este juicio lo que sólo ellos pueden sentir profundamente, el horror que se perpetúa en el tiempo a través del delito de desaparición de personas. Y esa es la impronta de este jueves 12 de junio.
En otras audiencias se conocerán los testimonios del horror de aquel momento, pero nadie mejor que Soledad Chávez para contar en este juicio lo que es el horror hoy. Y esto es muy importante para tantas y tantos cordobeses y argentinos que piensan que lo que se está ventilando en Tribunales Federales es algo muy terrible pero que sucedió hace 31 años. Pues no, esto sigue pasando hoy, después de 31 años.
Y en el caso de Hilda Flora Palacios fue un horror que duró un poco menos, hasta que se encontraron sus restos en 2003 en el Cementerio de San Vicente y se los identificó en 2005 gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Pero quedan tres personas desaparecidas en esta causa: Humberto Horacio Brandalisis, Carlos Enrique Lajas y Raúl Osvaldo Cardozo. Y hasta que no aparezcan, el delito por el que se acusa al Cachorro y a sus secuaces se sigue cometiendo. Eso es lo más terrible. Lo más terrible es que estos carniceros no sólo negaron la vida a miles y miles de argentinos… les negaron también la muerte. Y a sus seres queridos les negaron una tumba, un duelo. Fue una categoría prácticamente inventada por los militares argentinos, algo que no habían hecho ni los nazis, algo que sólo habían esbozado los esbirros franceses de las unidades contrainsurgentes en la Guerra de Argelia.
¿Cómo se vive ese horror? ¿Cómo lo viven los familiares de los desaparecidos, por más años que pasen?
“Te sentís sola de chica; sentís el vacío de pensar que tu madre es una foto en una pancarta, atemporal, que está siempre igual, sonriente, que no envejece ni llora”, cuenta entre llantos Soledad.
Le contesta al abogado Fresneda pero en realidad se lo está contando a toda Córdoba. Sus sollozos en realidad son gritos desesperados que buscan sacudirnos de nuestra cómoda indiferencia: “Es la ausencia de respaldo, de sostén, la ausencia de identidad, una desconexión espantosa con la familia, no saber de dónde venís ni quién te engendró”.
¿Y cuando se identificaron los restos de su madre y le fueron entregados? ¿Qué significó eso? Fue como devolverle con esa muerte la vida, restablecer esa conexión con la maternidad, saber que no habíamos nacido de la nada, y ese cuerpo fragmentado significaba que una persona no puede desaparecer”, cuenta Soledad.
Y sigue: “Yo esperaba encontrar algo, aunque sea un cráneo, pero encontré sólo huesos fragmentados, todo roto, no podía creer que le hubieran hecho eso, me costó mucho, tomé la decisión con muchísimo dolor pero era la última oportunidad y quería verla, tocarla, saber qué tamaño tenía”.
“Fue el contacto directo con el horror. Esos huesos fragmentados, mezquinos, no pueden ser de una madre. Pero supe que mi madre había tenido vida y que de esos huesos habíamos nacido nosotras dos”, concluyó, en un ambiente de angustia general en la sala de audiencias.
Queda clara la perpetuidad de estos delitos de lesa humanidad. Es cierto, quizá el testimonio de Soledad no aporta muchos datos de los hechos ocurridos entre noviembre y diciembre de 1977. Pero, siendo que el delito continúa, ¿no es fundamental para la evaluación de los jueces todo lo que contó Soledad, sobre cómo el silencio de estos ocho represores sigue haciendo daño?
Es decir, cada día de este juicio en que los ocho acusados pasan mirando el piso (como Ezequiel Acosta), o a los testigos con actitud soberbia (como Luis Manzanelli), o escribiendo no se sabe qué (como Hincha Bolas Díaz), siguen delinquiendo.
Y esto corre sobre todo para Menéndez. Si es tan valiente como quiere mostrar al decir que él se hace responsable por sus subordinados, que diga dónde están enterradas sus víctimas. Si no, sigue siendo un cobarde, es mentira que se hace responsable por sus actos. Es un cobarde y un perdedor como lo fue toda su familia, su abuelo en la Campaña del Desierto, su padre en la sublevación de 1951 contra Perón, su tío en la sublevación contra Frondizi (ellos son los verdaderos subversivos), su primo rindiéndose en Malvinas y él mismo, que decía que quería la guerra con Chile para “lavarse las bolas” en el Pacífico, pero que se asustó cuando hubo una guerra de verdad y no fue a pelear con los ingleses.
Si este tribunal confirma finalmente las acusaciones y no dice dónde están Brandalisis, Lajas y Cardozo, sigue cometiendo delito. Cada minuto que pasa es más delincuente.
Para comprender en toda su dimensión esta realidad, es que sirve el testimonio desgarrador de Soledad Chávez, esta mujer que parece tener una regresión en el tiempo, hasta volver a ser esa chiquita, que junto a su hermana mayor Valeria lloraban y pedían por su mamita, mientras sus abuelos les explicaban que “la llevaron y quizá ha muerto en una especie de guerra que los militares desataron contra el pueblo”.
“Tendría cuatro años más o menos, y en el jardín los chicos me preguntaron por qué me iba a buscar una señora tan vieja, con anteojos, si era mi mamá. No era mi mamá, era mi abuela”, cuenta Soledad.
Otros testimonios y cuarto intermedio
También declara Julio Carlos Suárez, un hombre morocho de 52 años que en aquella época estaba haciendo la colimba en el Batallón 141 de Comunicaciones. Reconoce sólo a Menéndez, a quien veía cuando iba al quincho del batallón a comer asado con los oficiales.
En aquellos tiempos de conscripto era chofer de un camión Unimog y cuenta que una vez vio la caja de un camión Mercedes Benz con manchas de sangre y restos humanos.
Lo más importante de su testimonio es el relato de una emboscada de un grupo guerrillero en el que murió un cabo y luego fue llevado a La Perla y a Campo de la Ribera para que reconociera a los autores del ataque. Allí vio gente en muy malas condiciones físicas, incluso algunos colgados de las manos de unas vigas.
Luego del largo cuarto intermedio, pasadas las 15 declara Marcos Alberto Mayta, quien crió a Martín, hijo de una pareja de desaparecidos que había quedado al cuidado de Hilda Flora Palacios y Humberto Brandalisis.
También llega el turno de Irma Juncos, amiga de Hilda Flora Palacios, pero no puede aportar mucho: “Ustedes discúlpenme, pero no recuerdo mucho. Quedé shockeada después del accidente en el que murió mi marido y desde entonces no recuerdo mucho”.
Lo más importante de este día es el testimonio de Soledad Chávez, una mezcla de emotividad y claridad, y sobre todo la transmisión de que los delitos de lesa humanidad en parte no prescriben porque se siguen cometiendo, sobre todo si hablamos de desapariciones.
Pasamos a un cuarto intermedio hasta el próximo miércoles. En realidad, las audiencias se vienen haciendo martes, miércoles y jueves, pero como el lunes 16 es feriado por el día de la Bandera (se pasa del 20 de junio) y entonces el martes el Tribunal lo dedicará a preparar la audiencia. Probablemente la semana que viene haya audiencias miércoles, jueves y viernes.
Por Mariano Saravia
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.