El Terrorismo de Estado como Colonizador de Futuro.

El Terrorismo de Estado como Colonizador de Futuro. 

Por Adrián Scribano

Un genocida preso es un triunfo de la esperanza. La práctica cotidiana de la esperanza se basa en su capacidad de orientar la construcción del futuro, que contundentemente consiste en la elaboración del presente. Justamente la lógica del Terrorismo de Estado se orientó a colonizar el futuro; intento que hasta nuestros días parece continuar ante la mirada impávida de muchos, la sordera de otros y la instrumentación perlocucionaria de muy pocos.

  Silenciar, suspender, tachar, ensordecer, anestesiar, invisibilizar son algunas de las metas asumidas por toda acción estatal de ejercicio sistemático del terror como política pública, y el caso Argentino no es una excepción.   Si bien es absolutamente cierto que la principal acción estatal de terror consiste en la instauración de un sistema de represión basado en la desaparición, tortura, muerte y encarcelamiento, existen otros componentes no menos importantes a la hora de conjugar la eficacia y la eficiencia en la obtención de los objetivos estratégicos de dicha acción.   Uno de esos objetivos al servicio del cual se ponen un conjunto de políticas públicas es el intento de diseñar, manipular y construir el futuro de las relaciones sociales. En el contexto del proceso iniciado en Argentina en 1976, y que hoy podemos mirar desde la condena judicial de algunos de sus principales agentes, creemos de especial valor reconstruir, de modo parcial y esquemático, algunas de las mediaciones del conjunto de medidas tomadas para colonizar el futuro desde la perspectiva de las fantasías y fantasmas a ellas asociadas.    Una mirada simple sobre el modelo de acumulación (social) iniciado por la dictadura puede ser descripto como la sumatoria de violencia y mercado. Desde esta perspectiva (re)nace un modo dual de entender lo social. La alianza para matar por un lado y la lógica de la inscripción (corporal y emocional) de la “resignación” por otro. Acerquemos la lente a cada una de estas bandas de moebio del terrorismo de estado en tanto vehículos de colonización del futuro, o sea, de nuestro presente.  

 

La Alianza para Matar. Doctrina de la Seguridad Nacional y Neoliberalismo Criollo Entre los años ‘60 y ‘70 en América Latina se concretó una “extraña” combinación entre principios teóricos de la sociobiología, la geopolítica, la estrategia militar, la economía neoclásica y el liberalismo conservador. En este contexto los componentes “ideológicos-científicos” que utilizaron tanto la DSN cómo el neoliberalismo, permitieron su amalgama y configuraron una simbiosis entre diagnóstico tecnocrático y una muy especial “ética” para matar. El General Videla expresaba al cumplir su primer aniversario como presidente de facto y al anunciar la iniciación de un nuevo período del “Proceso”: "Para culminar el Período de Creación tendremos que concretar los siguientes logros:   - Plena erradicación de la subversión.  - Recomposición de las relaciones entre los habitantes a nivel individual y comunitario. - Actualización de todos los sectores sociales, tanto en el campo de las ideas como de los hombres, facilitando el acceso de nuevos dirigentes. - Elaboración y sanción de los instrumentos legales tendientes a revitalizar las instituciones políticas de la República. - Modificación de los hábitos políticos y los procedimientos de selección de los dirigentes".    Esta impronta de cambio radical se fundó en dos prácticas ideológicas que quisieron revestirse de corrientes “ideológico-doctrinarias” y a pesar de su aparente disimilitud, se complementaron en una amalgama de intereses y creencias para legitimar la reconstitución autoritaria de la estructuración social.   Las aludidas prácticas son: la Doctrina de la Seguridad Nacional (D.S.N.) y el denominado Neoliberalismo Criollo. Ambas aportaron un diagnóstico, una evaluación y una estrategia a seguir. Las dos significaron además, la participación de grupos civiles que apoyaron práctica y teóricamente su implementación. Así también, implicaban un componente decisivo en la legitimación de los procesos de refundación política y económica que se pretendían: la supuesta sustentación “científica” del discurso militar.    La DSN es la consecuencia del cruce (parcial y a veces distorsionado) de los resultados teóricos de la geopolítica, la ontología de la sociobiología, los estudios de la geoestrategia, la apropiación de los corolarios de la geografía política y una filosofía política que se podría denominar tradicional-nacionalista.    Desde la DSN se construyó un diagnóstico que operó como dispositivo privilegiado de una imagen de mundo que implica los siguientes rasgos: la sociedad está dividida entre Buenos y Malos; en ella funciona una lógica de Amigo-Enemigo, a la comunidad le “faltan” valores de Jerarquía-Obediencia; a las sociedades hay que explicarlas por la analogía Estado-Organismo; permitiendo esto comprender la meta societal que involucra la relación entre Espacio y Crecimiento.   En este contexto se constituyeron operatorias dirigidas a la sociabilidad, vivencialidad y sensibilidad social. Se construyó el fantasma del “cáncer marxista” y (su anverso) la fantasía (medicalizada) de la “extirpación” como solución final; se tejió el fantasma del “Caos” des-estructurador que fue acompañado del “Orden” como fantasía social estructurante. El efecto buscado era el mismo: instalar la coagulación de la acción a través del miedo y la dependencia de la jerarquía militar.  Tal como lo afirmará el reputado sociólogo Norbert Lechner respecto al proceso de juridización llevado adelante por el estado autoritario “…Para justificar la delación se criminaliza a opositor (=conspirador). Para justificar la conspiración se criminaliza la información de secretos (=traidor).”  Si efectuáramos un alto aquí emergería un punto aparentemente sorprendente: ¿Cómo fue posible que conjugaran la visión orgánica e intervencionista de la DSN y el mercado libre de distorsiones de los neo-liberales?    El Neoliberalismo Criollo y la DSN confluyen y se articulan, ante todo, en la idea de que es necesario un profundo cambio y que fundamentalmente dicha transformación se debía orientar a las “mentalidades de los ciudadanos”. Esta coincidencia doctrinal le otorga (desde su perspectiva) a las coaliciones autoritarias una fuerte legitimación para refundar el orden social, y a las élites tecnocráticas le proporciona el custodio ideal de su utopía sin política.    Es decir, no hay neoliberalismo sin represión. Nadie puede negar que donde estas recetas autorreguladoras se aplicaron, lo que existió fue la anulación de las opiniones divergentes. Podríamos decir entonces que, donde se dice libertad, se vislumbra competencia feroz, donde se dice justicia, derecho del más fuerte, donde se dice paz es del orden de la apropiación y cuando se reconoce algún tipo de organización es para delimitar y defender el terreno de la lucha.  Además, hay en las dos visiones, una desconfianza frente al Estado. En el caso de la DSN, el peligro del estatismo colectivista. En el del neoliberalismo, el peligro de las distorsiones impuestas por la intervención estatal de cualquier signo. De allí las políticas de racionalización del Estado y liberación económica. El fantasma de un estado demagógico de “los políticos” dio paso a la fantasía de la autorregulación del mercado como “guía” del organismo social.  La combinación de la economía de libre mercado y los actos de coerción necesarios para eliminar "los males de la demagogia" hacen posible el proyecto militar- burocrático. El monetarismo criollo resigna la libertad en pos del aprendizaje social de los principios neoliberales como cura de todos los males demagógicos.    La necesidad de terminar con la diagnosticada corrupción e ineficiencia, se conjuga con el carácter técnico especializado de la óptica neoliberal, haciendo de la eficiencia una fantasía de la coalición autoritaria.   El objetivo de eliminar la anarquía y el caos es un buen contexto para que el individuo, guiado por el afán de lucro, deje de lado la “politiquería” y buscando su propio beneficio sirva al “bienestar general”.    Hay un sinnúmero de puntos de contacto entre la DSN y el neoliberalismo criollo, pero el más sobresaliente es la visión restringida de individuo que a través de diferentes maneras pero, con igual intensidad, queda reducido a un engranaje instrumental. La DSN empujando al individuo a disolverse en el organismo, desde la lógica amigo-enemigo en pos del interés y seguridad nacional. El neoliberalismo queriendo validar toda acción humana en un cálculo de costo-beneficio en pos del mecanismo autorregulador del mercado.    Esta fuerte complementariedad entre DSN y Neoliberalismo Criollo se hace aún más evidente si se repara en que ambas sostienen una forma de darwinismo social como supuesto de la coordinación de la acción entre sujetos y la constitución de lo social.   Por esta vía, las analogías organicistas y mecanicistas contribuyen a la desaparición de una idea de sujeto activo, convirtiendo al individuo en el centro de una metáfora de lo social: el orden vigilado de la autorregulación. Un orden donde las partes tienen sentido a partir del todo, sistemáticamente vigiladas desde un centro jerárquico cuyas metas se establecen a través del automatismo del mercado. Todo lo que está fuera del sistema o quiera imprimir una modificación no-controlada es prescindible en relación al conjunto, y lo que es más, es automática y sistemáticamente eliminado. Así, las relaciones sociales se establecen bajo el supuesto de una lucha por la supervivencia y la constitución de la sociedad debe respetar el orden automático del más apto.     

 

Cuerpo, Emociones y Resignación   Una política imperial implica una política de los cuerpos y el Terrorismo de Estado sumó a la Alianza para Matar, la deliberada intención de inscribir en los cuerpos y las emociones la resignación como praxis estructuradora de futuro.    El objetivo básico de dicha praxis consistió en el intento (fallido) de la aceptación con paciencia y conformidad las consecuencias de los fantasmas y fantasías que la Alianza para Matar había creado. Se orientó a sembrar en los cuerpos: el “ya no podemos hacer nada más”, el “sólo nos queda aguantar” y el más potente y difundido (hasta hoy) “este es el mal menor”.    La política de los cuerpos llevada adelante tuvo, entre otros, tres ejes básicos: la represión, el silenciamiento y la tortura.    La aplicación sistemática de planes de represión estuvo asociada a la necesidad de hacer cuerpo la presión hasta la anulación. La represión es un acto de violencia simbólica y epistémica que se territorializa en las corporeidades.    La violencia simbólica hace cuerpo el conjunto de dispositivos clasificatorios que enclasa los sujetos: los apelativos de ‘comunista’, “bolchevique”, “subversivo”; divide el mundo entre “buenos y malos”, entre “patriotas y antipatriotas”. La represión sistemática es también una forma de violencia epistémica que actúa elaborando mapeos cognitivos y tejiendo las narraciones adecuadas del mundo social. Aquello que los agentes deben conocer y decir apegados a la Ley, al Orden y al Estado transformados en estándares evaluativos de cómo debe ser el mundo.    La represión implica una violencia pensada para des-estructurar y redefinir las múltiples posiciones de la articulación entre cuerpo individuo, subjetivo y social. El objeto de la violencia es la integridad física que anida en el cuerpo individuo, lo que involucra violaciones (planeadas) a la vida quebrando el cuerpo subjetivo y se inserta en el cuerpo social a través de la sensación de inseguridad. El aforismo “la vida no vale nada” se transforma en la regla que el Estado Represivo esparce como eje de los dispositivos de regulación de las sensaciones.    En síntesis, la re-presión, presionar y volver a presionar, es el punto de partida del espiral de violencia que parte de la supresión del cuerpo individuo, pasa por el quiebre de las capacidades reflexivas del cuerpo subjetivo, llegando a instalarse en los dispositivos de regulación de las sensaciones bajo la cobertura de la dialéctica amenaza-incertidumbre. Las acciones represivas se vuelven “no movimiento” recubriendo el cuerpo piel de una permanente capa de miedo y dolor social.    Otro de los elementos centrales de la política de los cuerpos que procuró instalar el Terrorismo de Estado es la inauguración de una sociedad “disfónica” a través de sucesivas exploraciones del silenciamiento.   Cuando sentimos la imposibilidad del habla que se apodera de nuestras gargantas la emoción de la impotencia navega el cuerpo. Los Estados Represivos elaboran en y a través de actos de silenciamiento, un estado de disfonía social que impide a los agentes sociales poder expresarse y ser escuchados.    Es evidente que los testimonios del horror son un recurso, un instrumento de la gestión de la producción y reproducción de los cuerpos y las emociones. Callar, silenciar, apagar gargantas no solo son actos de terrible in-humanidad, son cálculos estratégicos de la acción estatal.    En la trama de esta madeja de silenciamientos operaban las acciones que intentaban desligar y desconectar la memoria y las sensaciones dando paso al olvido. La disfonía social planificada y deseada nos deja en las puertas de las acciones del Estado Represor en tanto demiurgo de tecnologías sociales de inscripciones corporales. Nos deposita en la barbarie que implica la tortura como tecnología de colonización de los cuerpos.    Los tormentos intentan re-significar los cuerpos como espacios conflictivos, como territorios ocupados. Un orden autoritario intenta humillar para marcar el pasado, el presente y el futuro desde el “ya-no-sentir”. La planeación sistemática de tormentos busca mutilar, despegar del cuerpo sus formas habituales de coordinar y des-coordinar cuerpo individuo, subjetivo y social. El juego macabro de estas dos acciones elabora hexis corporales donde el dolor “vuelve” más acá de la agresión.    La tortura involucra el propósito de apropiarse de los cuerpos imponiendo un orden, colonizándolo como un territorio en conflicto, como superficie ocupada. El uso deliberado y analítico de tormentos deviene tecnología de guerra para instaurar el miedo como sensación, la amenaza como regla y la barbarie como ethos.    El acto represivo es un testimonio lanzado hacia el futuro hecho cuerpo. Es un testimonio pues implica la intencionalidad de transitividad y reproducción del miedo como mecanismo de regulación de las sensaciones. Al reproducir en los otros la amenaza de ser señalados, tachados y borrados, la represión se convierte en una máquina de silenciamiento. La tortura es una tecnología social puesta al servicio de la coagulación de la acción. Los tres componentes de las políticas de los cuerpos del Terrorismo de Estado buscan instalar la resignación.  

 

  Bailando por un fierro…o de las consecuencias del terrorismo de estado en los cuerpos y las emociones hoy.   Más vale tarde que nunca. Es cierto. Pero para los que hemos tenido que soportar la presencia en las calles, en los bares, en las plazas de Córdoba de los personajes hoy condenados por la justicia, es una obligación seguir exigiendo y pensar en las consecuencias del Terrorismo de Estado y de estos actos administrativos de un estado, que en su lado oscuro, alberga a millones de pobres, miles de desnutridos, millones de sujetos sin justicia. Hoy frente la obscenidad y pornografía de lo político que condena a la obsolescencia a millones de cuerpos, se transforma más urgente que nunca denunciar otra forma de impunidad: la de los grupos económicos que manejan el país. Hoy frente a una especie de “sexualización” de la política donde todo pasa por mostrar quien la tiene más grande, hay que señalar la “impotencia” de las instituciones encargadas de velar por de los derechos sociales, económicos y culturales de millones de Argentinos.    Hoy frente a la manipulación del pasado como eje de una política supuestamente progresista que muestra para ocultar lo horroroso del presente, hay que sostener la lucha de aquellos que resisten un orden social resignante y trabajan por una memoria activa que se rebela disruptivamente contra la depredación capitalista.    Extraer un pasaje de la cultura masiva (el programa de Tinelli) como objeto de mediación, puede ayudar a señalar mejor algunos de los nudos de los éxitos del Terrorismo de Estado. En el habla cotidiana existen dos antecedentes interesantes que nos pueden acercar a la metáfora “Marceliana” de bailar anudando la risa y la crueldad: la de dar un baile en el habla futbolística y en la jerga militar. La primera es una acción de juego que deja al adversario desorientado y sin respuestas; la segunda es un mecanismo disciplinador que lleva al subordinado hasta la degradación para que acepte un mandato determinado. Estos tres bailes se unen, tejen y tuercen en un punto: son territorios donde los cuerpos y las emociones aceptan los ‘cómo’ sin importar el ‘qué’. La historia de la colonización de nuestros mundos de la vida que realiza el Terrorismo de Estado podría contarse desde estas metáforas donde las fantasías y los fantasmas sociales han “trabajado” nuestra soportabilidad a la desorientación, a la pérdida, a la falta, a la impotencia: Desde la promesa de “¡Paredón…Paredón… Paredón...!” hasta la fecha, lo que va quedando es la obscenidad de los “…oxidados dictadores” y el único antídoto para no seguir utilizando el casco de Perseo (sensu Marx) es usar la memoria y no resignarse.    El triunfo parcial del Terrorismo de Estado consiste en la eficacia de su acción, más allá del “destino” de sus agentes. Los rasgos de la aludida conquista son muchos, algunos de los más importantes que afectan las prácticas de los grupos dominantes (políticos, económicos, sociales, intelectuales, etc.) son: 1) La aceptación “generalizada” del sistema de relaciones capitalistas como único patrón de interacción social. 2) La aceptación (por “izquierda” y “derecha”), hoy más que nunca, de un modelo agro-exportador como estrategia de inserción en la división internacional del trabajo. 3) La aceptación de la imposibilidad de transformaciones radicales que sean disruptivas con las consecuencias 1 y 2. Como es visible la clave de la victoria es la “práctica de la aceptación” que se conecta directamente con la de resignación y la doctrina del mal menor. Y tal vez...sea dicho con mucho dolor… (luego de más de tres meses fantasmales)… su éxito consistió en llevarse a los mejores… Pero como insinuamos al comenzar estas líneas la práctica de la esperanza mata el terror pues constituye el futuro… y esta es la derrota central del Terrorismo de Estado.