El cuartel de La Perla comenzó a funcionar a partir del golpe del 24 de marzo de 1976 como un campo de concentración y exterminio, bajo la supervisión del general de división Luciano Benjamín Menéndez, el mando directo del coronel Emilio César Anadón y la jefatura operativa del capitán Héctor Pedro Vergez. Semioculto tras una lomada contigua a la ruta hacia Villa Carlos Paz, a pocos kilómetros de la Comandancia del Tercer Cuerpo de Ejército, fue el mayor CCDTyE del interior del país, donde se calcula que fueron mantenidos cautivos, torturados y asesinados alrededor de dos mil detenidos desaparecidos entre 1976 y 1978.
Las causas “Rodríguez”, “Rodríguez II”, “Checchi”, “Quijano”, “Tófalo”, “Vega”, “López”, “Pasquini”, “Bruno Laborda”, “Manzanelli”, “Herrera” y “Ríos” reúnen a centenares de víctimas de los delitos de privación ilegítima de la libertad agravada, imposición de tormentos agravada –en una decena de casos, seguida de muerte– y homicidios agravados. El expediente “Acosta” incluye a 138 prisioneros sobrevivientes de La Perla, víctimas de los delitos de privación ilegítima de la libertad e imposición de tormentos.
Con el control absoluto del aparato del Estado en manos de las fuerzas armadas, el campo de La Perla se convirtió en el epicentro de la represión en Córdoba y los demás CCDTyE comenzaron a funcionar como sus satélites. Como correlato, el objetivo político se amplió: a la eliminación de la militancia revolucionaria activa, se sumó el ataque a toda experiencia organizativa, con el fin de aterrorizar y disciplinar al conjunto de la sociedad.
La Perla fue el “destino final” de quienes caían en manos del grupo de Operaciones Especiales o Tercera Sección u OP3 del Destacamento de Inteligencia 141 “General Iribarren” del Ejército, que contaba con la subordinación y colaboración de las fuerzas policiales y la Gendarmería. El teniente Jorge Exequiel “Rulo” Acosta comandaba el grupo de secuestradores, que entregaba los cautivos al staff de interrogadores y torturadores liderado por el teniente primero Ernesto Guillermo “Nabo” Barreiro, quien sistematizaba la información con su superior, el capitán Luis Gustavo “León” Diedrichs, jefe de la Sección Política del Destacamento de Inteligencia 141.
Menéndez ya acumula 13 sentencias en su contra, 11 a prisión perpetua; Anadón se suicidó en septiembre de 2004; Vergez fue condenado en diciembre de 2013 a 23 años de prisión por crímenes cometidos en jurisdicción del Primer Cuerpo de Ejército; Acosta fue sentenciado a prisión perpetua en Córdoba en julio de 2008 y en octubre de 2013 se le aplicó en Catamarca una condena similar por la masacre de Capilla del Rosario en agosto de 1974, de la que recientemente lo absolvió la Cámara de Casación Penal; Barreiro y Diedrichs llegan a este juicio sin condenas previas. La evidencia que los incrimina es abrumadora y fue aportada principalmente por los sobrevivientes.
La cuadra, el camión y el pozo
Los secuestrados por la patota de la OP3 eran llevados a La Perla en automóviles civiles, maniatados y tabicados. En la sala de “terapia intensiva” eran torturados e interrogados y luego alojados en “la cuadra”, un enorme pabellón rectangular con ventanas pequeñas e inaccesibles. Allí permanecían, recostados en el suelo o en colchonetas rellenas de paja y con los ojos vendados. Apenas ingresaban, los prisioneros perdían sus nombres y pasaban a ser números. En ese lugar, la muerte era la regla y la supervivencia la excepción.
“La Perla no era una cárcel ni como eufemísticamente le llamaban ‘lugar de reunión de detenidos’. Era un campo de exterminio. Nos llevaban para arrancarnos información y matarnos. Ahí se ejerció todo el poder sobre cada uno de los que estuvimos. Nos expropiaron el cuerpo, la cabeza, nos redujeron a servidumbre, nos despersonalizaron…”, describió ante los jueces Cecilia Suzzara, militante de Montoneros secuestrada el mismo 24 de marzo del 76 y mantenida cautiva hasta abril del 78.
Desde el golpe de Estado, Menéndez solía supervisar personalmente el funcionamiento de La Perla. Suzzara lo vio en dos ocasiones: “Un día entró vestido con traje de montar y se golpeaba permanentemente la bota con la fusta. Nos interrogó a diez de nosotros que nos habían llevado a una oficina”.
Piero Di Monti, miembro de la rama sindical del PRT, estuvo cautivo desde el 10 de junio de 1976, cuando fue secuestrado junto a su esposa embarazada de una pensión en el centro de Córdoba, hasta marzo de 1977. Ese mes fue trasladado a la sede del Batallón de Inteligencia 141 y obligado a realizar diversas tareas, para luego pasar al régimen de “libertad vigilada” a fines del 77, previo a su exilio en Italia.
En la sala de torturas fue interrogado sobre “información, casas, citas y lugares” y sometido a tormentos como “corriente eléctrica, tacho de agua y miles de golpes con cintos”. Incluso, lo amenazaron con picanear a su esposa embarazada. “Estaban todos arriba tuyo, como en una danza macabra”, describió.
Además de los “operativos ventilador”, puestas en escena de falsos enfrentamientos en las que aparecían los cadáveres de los secuestrados, la mayoría de los prisioneros de La Perla fueron “trasladados”, otro eufemismo que designaba que su destino era el fusilamiento y enterramiento clandestino en los campos aledaños.
Enrolada en el PRT-ERP, Susana Sastre fue secuestrada el 11 de junio de 1976 y sobrellevó el campo de concentración en la etapa más feroz de la represión dictatorial. Al testificar, recordó haber visto a Menéndez, identificó a Vergez como jefe del campo, a Acosta como líder del grupo de Operaciones Especiales y a Barreiro como mandamás de los “interrogadores”, secundado por Luis “El hombre del violín” Manzanelli –fallecido durante el juicio–, Carlos “HB” Díaz y los civiles Héctor “Palito” Romero, José Arnoldo “Chubi” López y Ricardo “Fogo” Lardone.
Al relatar que los “traslados” en camiones del Ejército terminaban en la ejecución de los prisioneros, recordó: “Al camión le pusieron Menéndez Benz. Me imagino que es un gran galardón para Menéndez… el camión de la muerte”. Sastre permaneció cautiva en La Perla hasta el 27 de diciembre de 1976, cuando fue llevada al Campo de La Ribera, y liberada el 5 de febrero de 1977.
Secuestrados el 1º de julio del 76 en su casa de barrio Bajo Palermo por un grupo comandado por Acosta, los militantes montoneros Gustavo Contepomi y Patricia Astelarra, su esposa embarazada de cinco meses, fueron conducidos a La Perla, donde ella fue torturada con picana eléctrica y violada por el represor apodado “Magaldi” –Roberto Mañay, ya fallecido–. A él le tocó ser interrogado por dos de los actuales acusados: “Manzanelli me daba picana en las encías y en los genitales, mientras Barreiro me azotaba con un cinturón en el abdomen. Yo gritaba para exorcizar el dolor”.
En los primeros tiempos, los represores se referían a sus cautivos como “muertos que caminaban” y su destino era “el pozo”. “Los que permanecíamos allí, fuimos comprobando que era verdad. Porque la gente que decían que trasladaban al pozo, nunca volvió a aparecer con vida. Las personas eran atadas y amordazadas sólidamente. El camión se iba y volvía a la media hora, o sea que el lugar llamado pozo quedaba ahí cerca”, narró el testigo. Tiempo después, el personal civil de inteligencia “Palito” Romero le confesó que la expresión era literal: “Era un pozo excavado con máquinas, en el que sentaban al borde a los prisioneros que habían elegido ese día y eran ametrallados o fusilados”.
“El camión era la muerte –aseguró Suzzara–. Pude ver cómo los preparaban. Incluso, en una oportunidad me prepararon a mí misma para llevarme. Una vez pude ver que en una de las oficinas habían puesto a diez secuestrados arrodillados en el piso, manos atadas a la espalda, los ojos vendados y en la boca tenían una mordaza, un trapo atado a la nuca. Escuchábamos los camiones y se hacía un silencio mortífero. Entraba alguien a la cuadra con la lista y pasaba colchoneta por colchoneta preguntando 'qué número tenes', y al dar con el que buscaban le decían 'levantate', se lo llevaban y esa persona no volvía nunca más”.
Arriero en los campos aledaños a La Perla, José Julián Solanille pudo ver qué ocurría con ellos. “Escuchaba gritos y explosiones. Después veía salir el camión con gente, no sé dónde. Eran muchos gritos desgarradores, de hombres, chicos y mujeres. (…) Mi mujer tenía miedo, se quería ir de ahí. Pero yo no sabía dónde ir, si ahí tenía trabajo. Ahí empecé a ver lo que estos hijos de mala madre estaban haciendo”, manifestó ante el TOF Nº 1.
Además, Solanille fue testigo directo de un fusilamiento: “Yo los veía desde 150 metros. Vi cómo los mataban. Había por lo menos dos o tres filas. Algunos tenían capuchas. Otros para mí que estaban viendo, estaban sin la capucha. Y esos gritaban”. Al preguntarle si alguna vez vio a Menéndez, asintió: “Él no tiraba, pero estaba ahí en el medio con un fusil. Y (los prisioneros) gritaban y caían en las fosas”. En otra ocasión, divisó un helicóptero del que arrojaron unos bultos. “Los perros se van para allá y uno de los perros gemía –rememoró–. Eran dos chicas, una con un zapato mocasín, que estaban reventadas. Una tenía la mano levantada”.
Fábrica de muerte
Durante su amplia y precisa declaración, Contepomi nombró a más de cien personas que pasaron por La Perla y luego desaparecieron y a otra decena que murió en la tortura durante el lapso de su cautiverio. También realizó un cálculo que ilustra las dimensiones del plan represivo que allí se ejecutó: “Había series de 400 números de prisioneros. Hasta que yo estuve, ya iban por la cuarta serie, con lo que deduzco que a fines del 77 ya habían pasado alrededor de 1.400 secuestrados por La Perla. Por los testimonios de gente que estuvo después, por lo menos hubo otra serie más, o sea un total de 1.800. Por lo menos veinte sobrevivimos después de un largo cautiverio; otra veintena fue liberada después de muy poquitos días. Además, en el 77 calculo que otras 200 personas habrán sido reconocidas o legalizadas. Con lo cual, más de un 80 por ciento de las personas que pasaron por La Perla permanecen desaparecidas, es decir, asesinadas”.
Es lo que Di Monti definió en términos industriales. “Cuando entré en la cuadra de La Perla me di cuenta de que esa máquina que se había puesto en marcha era mucho más grande de lo que habíamos imaginado. Una fábrica es un lugar donde entran materias primas y salen productos. En ese lugar estaba todo estructurado para que entrara gente secuestrada para ser matada o desaparecida, para crear terror en la sociedad o simplemente destruir. Era una industria de la muerte concebida por una mente antihumana”, comparó el testigo.
El entonces militante montonero y sobreviviente de La Perla Eduardo Pinchevsky aportó al testificar otro concepto esclarecedor: “Había un movimiento de traslado de personas en todo el país, lo que indica que era un plan nacional de exterminio, con presupuesto y organización administrativa. Así como los campos de concentración del holocausto nazi eran un paradigma de la modernidad, porque tenían un modo de organización capitalista, así también los campos de la dictadura fueron un paradigma de la modernidad argentina, porque tenían una organización industrial”.
Según Di Monti, en La Perla el ideólogo era Barreiro, quien “quiso hábilmente sintetizar” la formación represiva de la estadounidense Escuela de las Américas y la contrainsurgencia francesa. Para esa “escuela criolla”, la desaparición de personas fue “una creación extraordinaria, que a los militares les permitía decir: ‘Los fantasmas no existen’”, explicó. Además, el testigo reprodujo el dibujo que Barreiro elaboró a partir del célebre Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, donde sistematizaba las técnicas necesarias para quebrar la resistencia de los militantes e inducirlos a la “colaboración”. “Ellos hablaban de círculos mediatos e inmediatos para conseguir información. En esto seguramente Barreiro podría dar una lección magistral”, dijo el testigo mientras el ex carapintada esbozaba una irónica sonrisa.
Resistencia y dignidad
Claudio Daniel Herrera (Juventud Guevarista del PRT-ERP), Eduardo Jorge “Tero” Valverde (militante del Partido Comunista y ex funcionario de la gestión Obregón Cano – López), Jorge Reynaldo Ruartes (JUP y Montoneros), Liliana Teresa Gel (JUP), Daniel Oscar Sonzini (presidente del centro de estudiantes de Física en la UNC), Ana Catalina Abad de Perucca (Organización Comunista Poder Obrero) Raúl Mateo Molina (Partido Comunista Revolucionario), Jorge Monjeau (JUP y Montoneros), Herminia Falik de Vergara (PRT-ERP), María Luz Mujica de Ruarte (JP y Montoneros), Enrique Fernández Samar (JUP y Montoneros), César Roberto Soria (OCPO) y Luis Justino Honores (delegado de la Unión Obrera de la Construcción y OCPO) murieron a causa de las torturas y dejaron su testimonio de resistencia política como un emblema de dignidad para sus compañeros de cautiverio.
Sobreviviente de La Perla y compañera de militancia de Honores en Poder Obrero, Ana Mohaded evocó su martirio “entre el horror y el valor, entre lo más atroz y lo más sublime. Y eso último era Honores. En medio de esa miserabilidad, era una especie de estandarte común y secreto. Recuerdo cómo lo torturaron hasta su muerte, porque estaba recostada a su lado y podía escuchar todo por debajo de la venda, pero prefiero recordar su valor. Cuando lo traían de la picana lo revivían con suero para volver a torturarlo. Tenía mucho dolor, pero él apenas se quejaba, y yo creo que era un gesto de amor para con nosotros”.
La segunda vez que Suzzara vio en La Perla a Menéndez, el todopoderoso jefe del Tercer Cuerpo “estuvo un largo rato hablando con Graciela Doldán”. Ella fue una referente de la resistencia en el campo. Santafesina, abogada y dirigente montonera, “Monina” había sido pareja de Sabino Navarro, uno de los fundadores de la guerrilla peronista. Malherido durante un tiroteo con la policía, Navarro no quiso ser apresado y murió en una zona rural cercana a Río Cuarto, el 28 de julio de 1971. Graciela María de los Milagros tenía 34 años cuando el 26 de abril fue secuestrada y mantenida en La Perla durante diez meses, más en condición de rehén o trofeo que como prisionera.
Los esposos Graciela Geuna y Jorge Cazorla, militantes de la JUP, fueron secuestrados el 10 de junio del 76. Él fue asesinado ese mismo día antes de llegar a La Perla, donde ella estuvo cautiva hasta su liberación “bajo control” en abril del 78. Para Geuna, Doldán fue “una hermana mayor” en el campo. Al declarar en el juicio, citó sus palabras: “Aquí las caídas no son aritméticas, son geométricas. Nos van a matar a todos. Hay que hacer algo”. Su objetivo era transmitir a sus compañeros que “las caídas eran imparables, que se fueran y esperaran un nuevo momento, porque no había organización política y uno estaba frente a la magnitud de lo que estaba pasando. Ella se daba cuenta y quería salvar gente”, recordó Geuna.
Doldán les había pedido a sus captores que cuando decidieran fusilarla lo hicieran “de frente y sin venda”. Dos veces amagaron trasladarla para poner a prueba su coraje, hasta que un día de febrero del 77 se la llevaron. “Ella mantuvo su temple y su actitud solidaria” y se retiró haciendo la V de la victoria, relató emocionada Suzzara. Días después, llegó a oídos de los prisioneros la frase que Doldán le dijo al jefe del pelotón de fusilamiento: “Sos el último ser humano que voy a ver antes de morir. Aunque vos no lo sepas sos un ser humano y para mí es importante, porque me estoy despidiendo de la humanidad”.
La resistencia también se ejerció en la cotidiana proeza de llegar con vida al día siguiente. Cuando el 21 de mayo del 76 cayó en manos de la patota de La Perla, Servanda Santos de Buitrago era enfermera en la clínica Chutro y delegada de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad Argentina (ATSA). Apenas recuperada de las golpizas y torturas, les pidió a sus captores que le permitieran encargarse de distribuir la escasa y pésima comida destinada a los prisioneros, para luego intentar ejercer su oficio en las condiciones más extremas. “A medida que pasaban los días, caía mucha gente muy golpeada y empecé a curarlos. Muchos llegaron reventados… Tres murieron en mis brazos”, relató al declarar en el juicio, a sus 85 años de edad.
Durante el período de más de dos años que pasó en La Perla, “Tita” Buitrago se ganó el apodo de “mamá”, según el agradecido testimonio de los sobrevivientes. Fue creadora de pequeños hitos de resistencia y tejedora de relaciones entre los prisioneros. Al testificar, evocó a otros que cumplieron un rol similar, como la militante del PRT-ERP Juana del Carmen Avendaño de Gómez, quien durante su cautiverio fue “muy buena compañera” y cuando los represores la llevaban a fusilar “les gritó como a ella se le dio la gana”. Como el dirigente de Luz y Fuerza Tomás Di Toffino: “Un gran hombre. Nos contenía a todos los que estábamos ahí adentro. Tocaba la guitarra en el aire, jugaba al truco sin cartas. La última vez que lo vi, lo iban a trasladar. Se estaba poniendo la campera y me hizo un gesto simpático cuando le ofrecí mi ayuda”.
La voz de los desaparecidos
Para los prisioneros que fueron reducidos a la condición de mano de obra esclava, la resistencia fue mantenerse con esperanza de salir con vida y reunir toda la información posible, para contarle al mundo lo que habían visto en ese lugar infernal. Y así lo hicieron.
Ana Illiovich, cautiva desde el 15 de mayo del 76 hasta marzo del 78, recordó: “En la colchoneta del lado, una chica que tomaba mate cocido estaba condenada a muerte. Esa situación me fue enfermando cada vez más. (…) Empecé a escribir, y dejé de sentirme una cucaracha, que es lo que habían hecho conmigo. Mi terapeuta dice que es algo que superamos logrando hablar con cierta ironía de ello. Ahora era una cucaracha escribiente, escribía en un cuaderno Gloria. Nombres, en un cuaderno que mis viejos con cuidado y amor guardaron. Cuando volví de Perú lo llevé a Conadep. Ahí estaban los nombres, que no pudieron borrar, mi primer testimonio. Mi mandato: sobrevivir para contarlo”. Esos nombres salían de “listas que estaban en las oficinas de La Perla, incluso desde enero de 1976 (…) Yo saque esos nombres en un contexto en que todo esto era inimaginable. Lo hice como un instinto de preservación”.
“Tengo un compromiso con los familiares de los desaparecidos y por eso estoy aquí. Es muy difícil y desgarrante estar aquí, pero sé que alguna palabra o frase mía, como ‘yo lo vi’, o ‘estuve secuestrada con él’, puede servir de alivio para esas familias”, explicó la sobreviviente María Victoria Roca. Un mandato ético que también asumió Contepomi: “Salir con vida del campo de La Perla significaba la obligación y responsabilidad de relatar lo sucedido”.
“La grieta más grande que (los represores) dejaron fue dejarnos vivos –dijo Susana Sastre–. Hoy somos testigos ante la Justicia y ellos están sentados en un juicio por memoria y verdad. Al comenzar la democracia, el Juicio a las Juntas fue muy importante. Pero cuando Barreiro tuvo que declarar, se dio la asonada de Semana Santa (la sedición “carapintada” de 1987). Después hubo que esperar mucho tiempo”. Y dirigiéndose a uno de los acusados, pero sin dejar de mirar al juez, concluyó: “Sí, Barreiro, tuviste un recreo de más de veinte años, pero ahora estás acá”.
Por teleconferencia desde Barcelona, Carlos Alberto Pussetto, 60 años, arte-terapeuta, ex militante montonero y prisionero en La Perla, comenzó su testimonio con estas palabras: “Estoy aquí para aportar un grano de arena en este proceso de esclarecimiento y justicia de una de las páginas más oscuras, no solo de nuestro pueblo, sino de la historia de la humanidad. Estoy aquí por mi propia decisión: no he sido torturado, ni amenazado, ni sufrido ningún tipo de presión para estar aquí. Ahora soy yo y esta es mi voluntad. Yo, como uno más de los sobrevivientes, soy la voz de todos los desaparecidos”.
Imágenes:
Fotografìas de La Perla tomadas durante la visita que realizó la CoNaDep en el año 1984, cuando la Perla funcionaba como guarnición militar.
Archivo fotográfico del espacio para la memoria La Perla y del Archivo Provincial de la Memoria.
Recortes de: La Voz del Interior (abril 1976), La voz del Mundo (Enero de 1984) y El Diario del Juicio a las Juntas Militares (1985).
Esta nota es parte de la Crónica del juicio al terrorismo de Estado en Córdoba, realizada por Alexis Oliva con el aporte de las Áreas de Comunicación de los Espacios de Memoria de Córdoba (Archivo Provincial de la Memoria, La Perla y Campo de la Ribera).