Los trajes del General

El General de División Luciano Benjamín Menéndez abre los ojos pesados de la vejez antes del alba y se encuentra con el techo blanco de la habitación del Tercer Cuerpo. No dice palabra, pero putea. Siente con dificultad cómo se tensa su abdomen y se da cuenta de que para incorporarse necesita de la ayuda de su brazo y de algo que sale de su garganta y se asemeja a un quejido: “ohgg”. El General de División Luciano Benjamín Menéndez se levanta con dificultad y piensa: “Estos cagones, mirá cuándo me vienen a agarrar”, mientras mira al piso y siente que sus ojeras de siempre están aun más caídas, que esas bolsas con las que carga desde siempre hoy llegan hasta el suelo.

Es difícil seguir siendo el General de División Luciano Benjamín Menéndez en días de frío, en días martes, en días de mayo, en días de juicio.

“Ohgg”, se escucha en la habitación vacía del Tercer Cuerpo del Ejército cuando el General de División vuelve a apoyar los brazos en la cama y se levanta para ir al baño. No se escucha nada cuando camina, cuando marcha hacia el baño, y tampoco se escucha nada cuando el hombre que gobernó Córdoba se observa en el espejo que le devuelve una imagen que ya no es la del hombre que gobernó Córdoba. “Mirá cuándo me vienen a agarrar”, piensa el General de División Luciano Benjamín Menéndez, y se sienta en el inodoro a cagar.

Suena el clarín en el Tercer Cuerpo justo cuando es hora de vestirse y le duele al general escuchar hoy ese sonido, hoy que ha decidido no vestirse de General de División sino simplemente como Luciano Benjamín Menéndez. Le duele “el hoy” al General de División que hoy no se va a vestir de General de División. Le duele que en el mismo diario donde en aquellos años, y mediante el terror, él decidía qué se publicaba y qué no, el Gobernador firme una solicitada apoyando el juicio, “el juicio de estos hijos de puta”. Extraña el General de División, dolido, otras épocas, otros tiempos, otros gobernadores que lo invitaban a compartir palcos, que lo trataban como a un amigo, que lo abrazaban, que lo trataban como a un ex gobernador.

Se viste de negro Luciano Benjamín, se viste de negro porque el ejército es sagrado y las estrellas que brillan en el uniforme de un General de División no merecen ser expuestas ante esa corte civil. Se viste de traje y corbata negra sobre una camisa blanca como su pelo. Y en el corazón Luciano Benjamín sin traje de General de División, se estampa una escarapela, dos días después del 198 aniversario de la Revolución de Mayo. El hombre que va a ser juzgado como autor material de los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidio se pone una escarapela y sobre esa escarapela dos cintas negras, dos notables cintas negras que muestran que para él es un día de luto, que el juicio que dará fin a sus años de impunidad es un velorio para el General de División sin uniforme y con escarapela Luciano Benjamín Menéndez.

Como un preso es llevado desde el Tercer Cuerpo al edificio de Tribunales Federales el hombre de traje negro y escarapela enlutada. Como un preso hasta la alcaidía donde retumban como bombas en los oídos del General de División los tambores que piden Justicia y Castigo.

E ingresa en la sala el General de División acompañado de sus compañeros de armas, que también lucen esa escarapela, ese símbolo patrio enlutado. “Da asco”, piensa Menéndez en silencio, que se los trate como cómplices y no como veteranos de guerra en esa sala llena de enemigos. Da asco estar acá, sentado, protegido por un vidrio, vestido sin el uniforme, con ese traje negro, de luto, al lado de suboficiales de bajo rango, siendo observado como un animal de zoológico, y juzgado por una corte civil, y escuchando ese murmullo ininterrumpido que habla de él, del General de División, del hombre que compartía palcos de poder y hoy comparte el banquillo de los acusados. “Da asco” piensa, justo en el momento en que una mujer grita: “Te llegó la hora” y en lugar de provocar gritos, provoca aprobación, aprobación y silencio, un profundo silencio. Un justo silencio.

Y comienza el juicio, el juicio civil que juzga al General de División que se viste de negro y que ahora siente que un poco de frío corre por su espalda, por la misma espalda del hombre que “controló” Córdoba, que ambicionó el país y la gloria y hoy necesita hacer un gemido para levantarse.

“Hijos de puta estos cagones –vuelve a pensar– ahora me vienen a agarrar”, y su memoria piensa en otros tiempos, cuando podía caminar por la calle, cuando sentía en la cintura el peso del facón, el poder, la energía y la fortaleza para empuñar y buscar, para amenazar y matar.

Y entonces el acusado, el reo, el General de División, el hombre de luto, Luciano Benjamín Menéndez escucha al secretario de la Cámara hablar de Crímenes de Lesa Humanidad, de terrorismo de Estado, de una metodología de exterminación y de un sistema que mató sin nunca aplicar una sentencia legal.

Escucha, ofuscado, asqueado escucha el General de División Luciano Benjamín Menéndez que ya tuvo que levantarse de esa cama ajena en la que durmió, que ya tuvo que vestirse de negro y de luto, que ya tuvo que soportar las miradas de los enemigos en su nuca, que ya tuvo que enfrentarse a los flashes de las cámaras fotográficas que disparaban memoria y no balas. Escucha el reo y levanta los ojos, con todo el esfuerzo que requiere también levantar las bolsas de sus ojos de anciano y mira hacia la mesa de los abogados de la querella.

Y allí, sentado, enfrentado a él ve, con una escarapela que brilla, que no tiene cintas negras, que vibra al ritmo del corazón, a Martín Fresneda, el abogado de la querella, el hijo de sus papás, de sus papás desaparecidos, de las víctimas del General de División y sus amigos que lo está acusando, que en el juicio civil de mierda al que lo han obligado a venir se encarga de acusarlo.

Y confirma el general, certifica el general con un poco de asco, que los hijos de las víctimas, los hijos de sus víctimas son los que lo llevaron allí, a ese lugar indeseable para él, cruel, blasfemo para él y quizá, ojalá, implacable donde reina su verdadero enemigo de hoy: La justicia.

Por Dante Leguizamón

Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.