Memoria y realidad

Memoria y realidad. 
Por José Guillermo "Quito" Mariani *

Aquel no fue un movimiento revolucionario que pretendiera cambiar o reorganizar algo. La triple “A” había iniciado, con la complicidad del poder, un proceso de terrorismo que no por clandestino lograba ocultar sus vinculaciones efectivas y afectivas con el gobierno de Isabel. El golpe militar tuvo como objetivo continuar y perfeccionar ese proceso, librarlo de sus limitaciones, convertirlo en “terrorismo de Estado” con todas las artimañas y la crueldad que supone una dictadura. Pero mucha gente lo interpretó como una necesidad para llenar lo que aparecía como un vacío de poder. 

También la Iglesia contribuyó a este juicio bastante generalizado. En el Te Dem del 25 de mayo el orador sagrado invitó a dar gracias por la circunstancia providencial de que las Fuerzas armadas se hubieran hecho cargo de la conducción del país. Así Dios quedaba complicado con el golpe. 

No se puede desconocer que aún después de establecida con toda su crueldad la represión, mucha gente no se daba por enterada. Primero fue el recurso a esa máxima importada “love or live it” “ámelo o déjelo” como desafío para que quien no estuviera contento se exiliara definitivamente.

Se completó con aquello de que “los argentinos somos derechos y humanos” que apareció en abundantes parabrisas y lunetas y era evidentemente “for export”. Creció con la afirmación-excusa de conciencias de que “algo habrían hecho o en algo estarían metidos”. Y, finalmente, cuando ya estuvo todo aclarado, cuando las distintas investigaciones dieron cuenta pública de las atrocidades cometidas, se difundió una exclamación justificante “Ah! Pero nosotros no sabíamos que eso estaba pasando!”

Después de treinta años, gracias a la perseverante lucha de los defensores de derechos humanos y al fervor de madres, abuelas e hijos que no pudieron ser eliminados ni física ni afectivamente en la profundidad de sus vínculos familiares, se comenzaron los juicios a los represores. 

La presentación en un proceso oral y público de Luciano B. Menéndez, trajo un alivio a la sensación de impunidad. El objetivo de los defensores de los derechos humanos, antropólogos, familiares de asesinados y desaparecidos es sanear el pasado, resucitar el país y preservar el futuro. Esa es la función de la memoria recuperada, no para manosearla, sino para lavarla con verdad y justicia.

Pero otra vez nos encontramos con un fenómeno de alguna manera inquietante. Los medios de publicidad, con raras excepciones, no le han dado a ese proceso el lugar que se merecía nacional e internacionalmente. Tampoco la gente se ha preocupado demasiado, si se exceptúa a los directamente ligados a las víctimas o sobrevivientes. ¿Será que el tema del miedo está muy metido adentro? ¿Será que el conflicto bautizado periodísticamente como Campo y Gobierno, acaparó todos los espacios? ¿Será que la falta de independencia de los medios monopolizados por determinadas grandes empresas logró acallar la importancia del juicio condescendiendo con una clase social determinada? ¿Será que la lógica pesadez de escuchar largos testimonios y alegatos alejó a la gente para complicarse seriamente en el asunto?

De todo esto habrá seguramente un poco. Para mí hay algo más preocupante. El individualismo feroz fomentado y hasta exigido por el sistema. Detrás de los expresados deseos de paz, de que no se peleen, de que recurran al diálogo cediendo un poco cada uno, de que para qué recordar cosas del pasado que nos traen intranquilidad y disgusto, es posible descubrir una actitud muy prescindente y egoísta. Se expresa vulgarmente con una exclamación: A mí no me “jodan”, déjenme tranquilo que lo que yo tengo que hacer es preocuparme por lo mío y nada más. Lo cual explica la obsesión de los pedidos de paz, de finalización de conflictos, de exigencias de diálogo, de oraciones pidiendo la intervención divina…etc. Pero PAZ, DIALOGO, RECONCILIACION, no son realidades que puedan ser impuestas ni regaladas. Tienen que ser construidas. Y ninguna se construye sin responsabilidad, sin verdad y sin justicia. Esas actitudes prescindentes son la que tienen como resultado final aquello de “Ah!! Nosotros no lo sabíamos! ¡Qué barbaridad que hayan sucedido estas cosas!” que siempre brota demasiado tarde como para remediar nada.

* Presbítero