El pie que pisa tiene leyes que escapan al dolor. Caben
niños ahí, amor amargo, el camino que va. Así se cose el
corazón al cuerpo y el filo de la luz se afila. Limpiar los polvos
de la derrota.
Sí.
(Juan Gelman, Valer la pena)
Llega frente al umbral pero se frena, ¿vale la pena? Pasaron más de cuarenta años y su cuerpo aún se estremece frente a esas paredes. Lucha interiormente, aunque tiene ganas de irse entra.
- Buen día, le dicen cordialmente, ¿viene a conocer?
- Ya conozco… estuve acá.
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No es simple trabajar en estos lugares. Sea que el umbral se ubique frente al portón verde del Archivo, en la subida a La Perla o en la calle que baja a La Ribera, continuamente llegan personas para las que, estos sitios son lo más terrible que les pasó. Muchas han testimoniado una y mil veces para hacer posibles los juicios a los genocidas, para darle una certeza a algún familiar que sigue buscando. Otras es la primera vez que hablan, recién pueden hacerlo. A veces la pena es tan grande que arrastra las pocas defensas con que nos hemos ido armando con lucha y trabajo colectivo. Sin embargo hay que seguir como la vida, surcando dolores y sembrando esperanzas.
La fuerza viene de las certezas que surgen al ver, todas y cada una de las veces, lo importante que es que estos lugares sean instituciones públicas y abiertas, en las que su pasado ya no se oculta sino que se trabaja como lugar ineludible para construir nuestras memorias. Sí, nuestras, porque la dictadura no les pasó sólo a las víctimas que pasaron por este o aquel centro clandestino. La dictadura nos pasó a todos. Por supuesto que no fue igual para todos, muchos honestamente ni se enteraron (de ahí la perversión de lo clandestino), algunos sabían pero ahogando palabras no podían decirlo, otros sabían y festejaban. Y otros pocos se enriquecieron muchísimo. No es casual que los torturadores gozaran tantos años de impunidad. Hoy están siendo juzgados con absolutamente todos los derechos que ellos les negaron a todas sus víctimas.
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Hoy es el cumpleaños. Prefiere hacer el homenaje en esta fecha que en la del día del secuestro.
- Elijo recordarla alegre – dijo cuando preguntó si podía llevar unas flores y dejarlas allí en el último lugar en que la vieron viva.
Los umbrales del tiempo se difuminan en el eterno Presente, ahora y siempre.
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No es simple construir memorias en estos lugares. La lucha por Memoria, Verdad y Justicia; corriendo uno a uno los velos de mentiras y ocultamientos, se hizo tan grande como para que cualquiera, con un poco de sensibilidad y sensatez, sepa que no hay nada en el mundo que justifique la tortura, la desaparición o el robo de niños. Nunca, en ningún tiempo ni lugar. Conocer las historias de vida de cada uno de los desaparecidos, sus gustos, sus elecciones políticas, sus aciertos, sus errores, no pretende idealizarlos. Sí traerlos al presente para que se reabran la discusiones políticas sobre cuál es el destino que queremos tener como pueblo.
Sobre todo cuando lo que pretendemos es que la comprensión de los que nos pasó no se quede sólo en la crueldad desplegada cuando estos sitios funcionaron como lugares de exterminio. El fin último no fue el genocidio. En las políticas públicas que implementó el Proceso de Reorganización Nacional debemos encontrar las respuestas a tanta saña. Si hay algo que enfurece a los que se creen dueños de la Patria, es que se les dispute su poder, que antes de ser económico es cultural. Por ello viendo los documentos reservados de los dictadores, aprendemos que el “plan operativo de la lucha contra la subversión” (es decir la puesta en práctica de las violaciones a los derechos humanos) estaba a la misma altura que lo que llamaban “campaña psicológica”: manejo y concentración de los medios de comunicación, censura cultural y planes de estudio que prohibían que los niños se juntaran en los recreos.
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Está contento porque en unos días con el curso van a salir de la escuela, van a un lugar de memoria dijo la profesora, ella siempre los hace charlar sobre esos temas. Para él es mucho más que salir, es volver a charlar sobre ese debate que lo dejó incómodo. ¿Será cierto lo que le contó el abuelo de esa compañera que dijo que los militares hicieron cosas que están mal, pero que lo tuvieron que hacer para salvar la Patria porque había una guerra? En su casa no se anima porque la única vez que su vieja habló de eso, se puso muy mal. ¿Por qué no está el tío?
El timbre, umbral sonoro, le avisa que terminó el recreo.
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Pensamos a los Sitios de Memoria como espacios que articulan la construcción de la memoria con construcción de ciudadanía. Por ello buscamos que los recorridos por estos lugares aporten elementos para que quienes los transitan se sientan interpelados a ser personas activas en el respeto y la defensa de los Derechos Humanos. Si no logramos eso estamos frente a un riesgo muy grande: que el repudio de lo sucedido en la última dictadura cívico-militar se convierta en una retórica políticamente correcta pero abstracta y vacía, desvinculada de los conflictos sociales actuales. Lo que sucedió en los Centros Clandestinos debería ayudarnos a comprender que las respuestas represivas no sólo no dan solución sino que agravan los problemas sociales. Creemos que conocer lo que nos sucedió en la última dictadura, en las dictaduras anteriores y en estos más de 30 años de democracia, puede aportarnos elementos para discutir los discursos hegemónicos que promueven el individualismo, la estigmatización de la militancia y la criminalización de la protesta. ¿De qué sirve gritar Nunca Más en la marcha del 24 de marzo si pensamos que cada quien se salva solo, que los militantes son todos unos vagos a sueldo, o que hay que salir a matar “negros de mierda”? Cuarenta años después… ¿Qué nos pasa?
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Le duele el cuerpo como si hubiera corrido una maratón. Es como atravesar los umbrales del tiempo en ese espacio. Cuando va a saludar a la recepción ve el tropel de chicos jóvenes que vienen a conocer. Los ve caminar por ahí, algunos con cara de sueño, otros a las risas limpias. Eso le hace recordar ese poema de Gelman que decía algo así como que al pisar se escapa del dolor. La vida sigue fluyendo en los ríos de la memoria. Sí vale la pena.