9, 55 hs. El presidente del tribunal cumple con las exigencias formales. Teresa Celia Meschiatti de 64 años, ex prisionera del campo de concentración y exterminio La Perla, llega con un piloto marrón, pantalón y pulóver gris; pelo corto, canoso, estatura mediana y anteojos, Teresa Meschiati se sienta en el centro de la sala.
Le toma el juramento de rigor y le pide que reconozca a los acusados. Con voz segura, Teresa Meschiati, uno a uno los nombra por sus apellidos y alias. La querella solicita que eso datos consten en actas. El abogado de la familia Lajas -Mauro Ompre- indaga sobre el aspecto de Acosta que lleva pelo largo, barba y bigote. Responde que en aquella época ya usaba el pelo a la altura de los hombros. Tras reconocer sus anteriores testimonios y firmas realizados ante Naciones Unidas (1980) Conadep (1983) y en Córdoba (2003), ratifica esos dichos y comienza el interrogatorio.
"Perdiste, Tina"
La sobreviviente, capturada el 25 de septiembre de 1976 y liberada en 28 de diciembre de 1978 inicia su testimonio con la descripción de la tarde en que fue secuestrada en las proximidades de la Iglesia San Ramón Nonato de la Ciudad de Córdoba: “Bajé del colectivo y `Ángel´ me apunta con una pistola”. Ángel es el comandante Quijano a quien describe como un “joven delgado, cadavérico”. De inmediato es atada como “un salchichón” y la introducen en la parte trasera de un coche. Allí escuchó que Luis Manzanelli le decía: “Perdiste, Tina”. Nunca imaginó lo que le ocurriría, en los veinte minutos siguientes, a lo que tiempo después supo que era La Perla. En ese viaje al horror iban Fermín de los Santos, Manzanelli y Ernesto Barreiro. Su esposo, dirigente montonero, permanecía en la casa con su hijo de dos años y medio.
En su relato afirma que Barreiro era su “responsable”, quien la recibe y arenga sobre la tarea de los militares para “sacar el país adelante”. Unas diez personas lo acompañaban. Allí vio a una militante que se creía muerta: Graciela Doldán, esposa del oficial montonero Sabino Navarro.
Luego fue conducida a la sala de tortura conocida como "terapia intensiva". Le aplicaron picana. Señala como torturadores a Héctor Raúl "Palito" Romero -el más sádico-, Ernesto Barreiro, Luis Manzanelli y Arnoldo José "Chubi" López. Fue una larga sesión de tortura que le llevó más de un mes de recuperación. Aunque no presenció hechos como éstos, asegura que además de oír gritos “veíamos las consecuencias. Los sacaban envueltos en frazadas”. Describe a la “cuadra” como un galpón de unos 10 metros de ancho y 50 de largo, varias veces poblado de prisioneros: “En 1976, hubo unas 150 personas”, por vez.
Cuando llegó a ése lugar, “no tenía conciencia, las piernas no me funcionaban y el compañero Cacho Álvarez, que era médico, me curaba con agua oxigenada”. Dirigiéndose al Juez dispara “¿Sabe cuando me doy cuenta de cómo venía la mano? El 5 de noviembre de 1976, porque estaba haciendo un calendario. Estaba en la colchoneta, y veo que se llevan a la gente al “pozo”. Me aterroricé”. En la jerga de los represores –el pozo- significa la muerte al igual que el operativo ventilador.
Se creían dioses
Dentro de sus recuerdos, la testigo remarca que Manzanellí expresó que “por la noche les veía los ojos a todos”, eso le hace pensar que “se creían Dios”. Posteriormente, Teresa destaca que “todo el mundo pasó por La Perla. Militantes del PRT, ERP, Montoneros, Partido Comunista, OCPO, PCML, obreros, sindicalistas y también gente que no tenía ninguna militancia”. Subraya que dentro de las prácticas más perversas a la “época de los camiones”- los menéndez benz- que anunciaban que alguien sería trasladado y fusilado sin decirle al cautivo que su fin estaba por llegar. “El detenido no sabía que iban a matarlo”, contó.
Lo llevaban con la cabeza vendada, y a los que estaban en la cuadra -como ella- les reforzaban los “tabiques” o vendas en los ojos con algodones. Sin embargo, recuerda que vio y despidió a Nilda González de Jenssen y Tomás Di Toffino. Este tipo de procedimientos eran frecuentes. Luego aparecía en un legajo como QTH (a su casa) o QTH fijo (muerto). La testigo reconoce que hubo dos etapas en ese periodo horroroso. Una que va de 1976 a 1977, cuando se producen las desapariciones de unas 2000 personas. La otra que se extiende hasta fines de 1978, cuando empiezan a dejarlos salir los fines de semana.
Acerca de los jóvenes asesinados, motivo del juicio, sostiene que estaban ubicados “de la mitad para atrás de la cuadra, los cuatro juntos, en noviembre de 1977”. Destaca, que no era raro comprobar que personas que estaban allí “luego aparecían como muertas en enfrentamientos fraguados”. Narró que fue testigo directa del secuestro del joven Daniel Romanutti, en Colonia Caroya. “Ví entrar a Vega, con una detenida, al banco de donde lo sacan”, detalla. “Era un chico que no militaba” y que fue asesinado por “venganza”. Cuenta que Acosta justificó el hecho porque “era de la clase alta”.
13hs. El largo interrogatorio permite conocer detalles espeluznantes. Por caso, “cuando llegaba un nuevo detenido, estaban como de fiesta”, porque torturaban. Lo hacían –aclaró- para obtener información sobre otros militantes. En su caso, buscaban datos de su esposo que justamente hoy -3 de junio- cumpliría 60 años. Fue asesinado en el lugar conocido como El Castillo, en el barrio cordobés de Villa Cabrera. A propósito, trajo a colación que “Menéndez se robó de ese lugar dos valijas llenas de dólares que no repartió”, según dichos de Lardone. Señala que los responsables del lugar “para mí son Menéndez y los oficiales que decidían, con el legajo en la mano, quién debía morir”. La impunidad era total. El 9 de julio de 1977, fueron sacados a un desfile, los ubicaron en un palco y “más de uno nos cerraba un ojo. Si te escapás te matamos hasta la quinta generación”, era la recomendación bastante convincente que les daban. Nunca nadie lo intentó. Respecto a Menéndez confirmó que visitó el lugar por lo menos dos veces, una de ellas lo hizo con “breches y fusta”.
Al darle el juez el turno a la Querella, el abogado Martín Fresneda quiso saber sobre la existencia de categorías entre los prisioneros. Refiere que había tres: Los “blancos”, considerados recuperables (muy pocos), los “grises”, en proceso de, y los “negros” considerados irrecuperables. Razona que ella perteneció a esta última categoría hasta septiembre de 1977, en que pasó a ser “blanca”. El 28 de diciembre de 1978, fue liberada pero “visitada” en cualquier momento en el domicilio de sus padres en Cosquín. Su detención no figura en ningún lado porque es ilegal, por eso pudo tramitar el pasaporte y exiliarse con su hijo en Suiza donde trabajó y se jubiló. Creó una asociación civil para la memoria, pero nunca pudo rehacer su vida, aclara.
Todos torturaban
A las 16,27 el Tribunal reinicia la sesión. La testigo regresa y se sienta en el centro de la sala, de frente al Tribunal. Respira hondo y con las manos sobre su falda se prepara para escuchar el interrogatorio de los Fiscales primero, y de la Defensa después. Las primeras preguntas son de precisión sobre los elementos de tortura y las características de los dos tipos de picanas utilizadas. Teresa Meschiati aclara que una era la que utilizaba Manzanelli y la otra, "Palito" Romero de personal civil, donde “la de 110 voltios era la que me dejó al piel marrón, en la cara, en el cuerpo".
"La otra es la que me produce los agujeros", explica, tocándose parte de los antebrazos. Y deslizando su mano por una de las piernas, añade: “Donde tengo más las heridas de tercer grado es en la pierna.” Inmediatamente, la Fiscalía la interroga sobre la presencia de mujeres embarazadas que estaban secuestradas en la Perla a lo que la testigo narra el caso de Dalila Matilde Besio de Delgado, aunque reconoce que había muchas otras más.
Más allá de las descripciones, las preguntas de la Fiscalía apuntan a desmarañar las formas organizativas que operaban dentro de la Perla. Así, con respecto a las personas vestidas de civil que ingresaban, aclaró no poder reconocerlo porque “el único que ingresaba uniformado allí era Menéndez”. Sin embargo, recordó que llegaban militares de otros lugares como por ejemplo de la Quinta de Funes y que traían gente de Rosario o Santa Fe.
Dentro de las divisiones internas de los represores, Meschiatti no pudo precisar quién era el encargado del PRT: “no sé, quizás el señor Manzanelli –apunta- pero sí sé que Barreiro se ocupaba de Montoneros”, y tras unos segundos aclara “sé que existió un organigrama con el PRT pero no lo ví”. En los casos de las divisiones entre los grupos de interrogadores y los de los operativos enfatiza que “todo el grupo interrogador era torturador."
Con respecto a las víctimas, recuerda que cuando ingresó le habían asignado el número 400. “Era como que de 500 en 500 se cambiaba el número. Evidentemente, yo conformo una segunda tanda. Para el año 77 ya habría otra numeración que empezaba con la letra A,” aclara.
A las 16,50 la Defensa empieza a interrogar. Aquí la estrategia ofensiva comienza a sobresalir. A excepción de Crespi que de brazos cruzados asume una posición más “técnica” a partir de la puntualización de los tipos de listas (una que llegaba de Buenos Aires y la interna de la Perla con las personas allí secuestradas), se apuntan a preguntas personales que exceden la causa y el testimonio antes aportado. Cuestiones en las que la testigo aclara: “Estos señores tenían el poder de decidir sobre la vida y la muerte de cada uno. Yo veía que no estaba tabicada, por ejemplo. Lo importante de saber que yo era privilegiada era que nunca lo usé en contra nadie. Eso me permite dormir de noche”, subrayó.
Mientras la indignación marca los rostros de gran parte de la sala, Adriano Liva, abogado defensor de los represores, comienza a interrogarla sobre la organización interna del ERP y de Montoneros –pregunta que el Tribunal declaró impertinente-. Asimismo, vuelve a indagar sobre las torturas: donde se realiza el "submarino", en que consiste el "submarino seco" para terminar asintiendo que “todos los detenidos en la Perla pasaban por las torturas” y que “Manzanelli, Lardone, Diaz y Padován” participaban de las torturas. Al finalizar subraya “En el 77 el jefe de la Tercera sección era el Capitán Acosta. El era el que decidía”.
Sin embargo, con la intervención del abogado Jorge Agüero (co defensor de Acosta) la estrategia intimidatoria se evidencia claramente. Increpa a Meschiatti para que diga el nombre de la persona que acompañaba a Vega durante aquel noviembre del 77 en el caso Romanutti. La testigo pide al Tribunal no dar el nombre porque no tiene relación con la causa Brandalisis. Pero Agüero insistió porque se vincula con los intereses de su defendido.
La tensión va creciendo. En la sala del Tribunal murmuran, la querella denuncia la actitud de acoso a los testigos por parte de Agüero quien pide que investiguen a la testigo por encubrir el nombre. Agüero ríe de costado mientras se apoya por sobre la mesa y habla con otro de los defensores. 17,38 el tribunal pasa a un cuarto intermedio para resolver la cuestión.
A las 18,15 el Tribunal Oral Federal Nº1 le pide a Meschiati que de el nombre de la mujer testigo en el caso de Daniel Oscar Romanutti por considerar que se afectaba el derecho del imputado Acosta. Tras un incómodo silencio, Meschiati da el nombre y aclara: “Yo vine en calidad de testigo. La compañera Ana Illiovich no es la que tiene las armas... es una persona detenida que es llevada en contra de su voluntad a dar una información”.
Por Katy García y Ximena Cabral
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.