El último día de la cuarta semana contó con uno de los testimonios claves de este proceso. El ex gendarme Carlos Beltrán aportó contundentes datos sobre el funcionamiento de La Perla y la conducta asesina de los imputados. El testigo también comprobó el “Circuito de terror” que componían los otros centros clandestinos de Córdoba y la coordinación de las fuerzas de seguridad a la hora de la represión.
Son más de las 10 de la mañana y sólo se registra un cambio: los imputados Díaz y Padován enrocaron sus asientos. Hoy también es el cumpleaños Nº 81 de Menéndez que como todos los días se retiran luego del reconocimiento del testigo, como hace treinta años lo siguen sus subordinados Rodríguez y Vega.
Oriundo de San Ramón de la Nueva Orán, en la provincia de Salta y con una fisonomía típicamente puneña, Carlos Beltrán se siente atormentado con las primeras preguntas del presidente del Tribunal.
- ¿Qué hace? ¿A qué se dedica? ¿De qué vive? ¿Por qué le dieron de baja?
Se emociona y rompe en llanto. ¿Por qué se emociona? lo sigue indagando el magistrado.
Beltrán se tranquiliza y comienza a encontrar la serena solvencia que marcó su declaración, empieza.
De la Quiaca a La Perla
Cuenta que cuando ingresó a la gendarmería su destino fue la Quiaca, pasó por Bs. As., en 1978 lo trasladaron a varios puntos de Córdoba, donde conoció en primera persona la brutalidad del terrorismo de Estado.
El régimen de los gendarmes era rotativo, 15 días cubriendo un objetivo y siete de descanso. A Beltrán, como a tantos otros, lo pasearon por La Perla, La Perla Chica, La Ribera y la Penitenciaria de San Martín. Todos eslabones de la máquina de muerte que comandaba Luciano Benjamín Menéndez. Incluso hubo detenidos como Eduardo Porta, a los que los vio desfilar por los cuatro lugares.
Bajo la Gendarmería quedó la responsabilidad de custodiar las instalaciones de La Perla, recibiendo las órdenes de los oficiales y suboficiales de Ejército que manejaban los interrogatorios, torturas, secuestros y fusilamientos, los “verdugos” según el testigo.
Recuerda que antes del mundial de fútbol del año 78` pasó entre cuatro y cinco meses asignado en La Perla. Su conocimiento sobre el funcionamiento del lugar y la participación de los imputados dentro de esta máquina de matar son inequívocos. Cuando volvía de una semana de descanso el número de secuestrados variaba drásticamente, dijo que a veces “cuando volvía ya no estaban, desaparecían”.
Cuando traían “paquetes” (denominación de los secuestrados) entraban con los autos del operativo anunciando un triple guiño de luces. Al bajarlos iban directo a la Margarita, sala exclusiva de torturas que contaba con una “parrilla” (elástico de cama), palos y picana eléctrica. A los gendarmes les ordenaban llevar hasta allí a los cautivos, luego se escuchaban los gritos junto a impactos de la cama contra el piso.
La suerte de los detenidos-desaparecidos es bien conocida por el testigo, que en una madrugada de invierno su respeto a la vida desafió a Manzanelli, que por la edad y el poder que tenía él identificaba como un Capitán, después supo que sólo era un suboficial: Una pareja de jóvenes fue sacada de La Cuadra donde estaban tirados los detenidos, vendados los subieron a un camión Unimog de Ejército en el que subió Beltrán. La caravana la completaban dos autos mas donde iban “Cogote Torcido” (Manzanelli), Gino (Padován) y el Yanky (Lujan). Anduvieron a marcha lenta cerca de una hora por la autopista que va hacia Carlos Paz, entraron por un camino a la derecha, se metieron en el monte. Recuerda que la chica estaba embarazada y al chico le quitaron la venda para que cavara su tumba. Los pararon y llamaron a Beltrán para que les disparara.
- “Yo entré a la gendarmería con otra doctrina, matar así es un asesinato, yo no lo hago” dijo
- “La puta que lo parió, usted es un cobarde, no sirve para militar”, le respondió Cogote Torcido
- “Yo soy bien macho, pero no asesino” retrucó el gendarme.
Ahí yo me enojé y también lo putié reconoce, Manzanelli lo golpeó en el pecho, prometió darle de baja y además lo sancionó impidiéndole que regresara en el Unimog.
- “Le dije que se lo meta en el culo, que yo tenía piernas pa` caminar. También me quiso quitar el arma, pero no se la di.”
Los remataron a corta distancia, caídos en el pozo los rociaron de nafta y luego de reducidos por el fuego los taparon.
Al amanecer lo despidieron, la “rebeldía” del testigo llegó hasta la oficina administrativa encargada de las bajas, cuando leyó los motivos de su sanción pidió que se especificara en qué había consistido su desobediencia, pero el reclamo solo consiguió 15 días más de arresto. El no presenció más fusilamientos, pero supo que todas las noches sacaban a 2, 3, 5 personas.
Los días de Beltrán en La Perla le permitieron conocer otros métodos empleados para eliminar. Narró conversaciones que escuchaba de boca de los hoy imputados en donde sacaban a los detenidos del Centro Clandestino para fusilarlos en la calle y presentarlos como abatidos en un enfrentamiento. Estos operativos eran llamados “Ventilador” y fue el elegido para “blanquear” el asesinato de las cuatro víctimas de esta causa.
Cerrando su testimonio Beltrán precisó que en dos oportunidades vio ingresar a Menéndez en La Perla, donde fue recibido por “Cogote Torcido” que le mostró “el hangar” donde estaban los prisioneros y la sala de las torturas: “Esta es la parrilla” dijo el anfitrión, “está bien” respondió el general.
Beltrán queda desocupado, el Tribunal y la democracia le agradecen su coraje. En un rincón los imputados discuten con sus defensores, de pie Padován y Manzanelli, quizá los más involucrados en el relato del ex gendarme, increpan con su dedo índice, no escuchamos lo que dicen, pero se los ve enardecidos.
Las Hermanas
Hilda Cardozo, hermana de Raúl Osvaldo fue la segunda en declarar, aportando la incertidumbre que vivió su familia radicada en Jesús María al enterarse de la desaparición. Sus padres inmediatamente iniciaron los trámites judiciales con presentación de habeas corpus hasta que un oficial de la policía federal le sugirió “no buscarlo más”.
Luego el Fiscal Hairaberian solicita que se le exhiban los dibujos de Raúl que obran en los expedientes de la causa. Hilda los reconoce sin dudar, “siempre firmaba así, son del él”.
Marta Lajas es la hermana de otra de las víctimas y madre del bebe de seis meses que Carlos Enrique estaba cuidando y dando la mamadera cuando la patota entró para secuestrarlo. Vivían sobre la calle Donato Álvarez al norte de la ciudad de Córdoba. Aquella tarde de noviembre de 1977, Marta llegó y encontró la casa abierta, sorprendida se topó con el cochecito y su hijo todo tapado con una manta, “fue raro porque hacía mucho calor” cuenta mientras su hijo presente en la sala la observa.
Evidentemente Carlos al percibir su destino trató de ocultar a su sobrino, y lo logró.
“Hasta que yo no encuentre los restos no voy a dejar de soñar que algún día lo encontraremos” afirma con voz quebradiza.
Para finalizar arroja una pregunta que descoloca a Jaime Díaz Gavier: “Ya sé que no es el ámbito adecuado, pero quiero pedirle que me deje leer una poesía que escribí el día que comenzó el juicio, es en homenaje a mi hermano y a todos los desaparecidos”.
Después de unos segundos de dudas el presidente del Tribunal concede:
“…no tuviste oportunidad de despedirte, no pudiste decirnos con una sonrisa hasta luego, hasta mañana, hasta pronto. No pudiste abrazarnos, besarnos. A pesar de todo querido hermano no puedo decirte adiós, como decirte adiós si estás presente en mi corazón.”
El día culmina con el testimonio de Marta Bernabé, vecina de la familia Lajas que confirma que aquel día percibió movimientos raros en la casa de sus vecinos. Luego no volvió a ver a Carlos Enrique.
Fin de la jornada, fin de la cuarta semana, cuarto intermedio hasta el martes a la mañana.
Por Martín Notarfrancesco
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.