Un plan, un objetivo y las acciones consecuentes.

El planteo de la Querella, representada por los abogados Claudio Orosz y Martín Fresneda, implica que los hechos juzgados son el resultado de un plan sistemático general implementado en todo el país. Por allí la presencia del Dr. Eduardo Luís Duhalde, secretario de Derechos Humanos de la Nación, quien durante muchos años ha estudiado y publicado libros al respecto. 
La hipótesis que el Dr. Duhalde demuestra en su libro, “Estado Terrorista Argentino”, es la de la existencia de un “plan sistemático y generalizado de exterminio de opositores políticos” y ubica las directivas de este plan en los bandos militares 404/75 y 405/76. Las motivaciones manifiestas del golpe eran el “aniquilamiento de las organizaciones subversivas”, pero en estos bandos se extienden las consideraciones del enemigo más allá de las organizaciones armadas.

Duhalde explica su posición a partir de datos concretos, menciona que en Córdoba la represión apunta a las organizaciones de trabajadores, igual que en todas las ciudades fabriles donde las listas de desaparecidos son idénticas a las de los delegados de las fábricas.
Dicho plan, afirma Duhalde, tenía su correlato económico y social que implicaba la desaparición del Estado hacia una economía de libre mercado y la devastación de los lazos y la participación social. Aquí el dr. subraya una característica del proceso que es la de “ocultar/mostrando”, donde se conjuga el negar la detención clandestina y desaparición de personas, con dejarlo trascender a modo de amenaza y terror cumpliendo con un fin de “disciplinamiento social”.
Otra prueba de la existencia de este plan es la vinculación y coordinación entre los diferentes cuerpos del ejército y centros de detención que, por un lado, ahorraban esfuerzos de búsquedas en los ya capturados y por otro, permitían intercambiar prisioneros para la obtención de información diferente. O la retención de prisioneros como botín de guerra frente a otras divisiones de la fuerza.
El testigo hace hincapié en dos datos. Por un lado, los procedimientos de tortura y las condiciones de cautiverio: aislamiento, venda o capucha, encadenamiento, eran comunes a todos los centros de detención lo cual, marca una coordinación minuciosa. Y por otro lado, las técnicas aplicadas no eran azarosas sino aprendidas y estudiadas mundialmente teniendo como eje la experiencia del ejército francés en la guerra contra Argelia.


Preso de sus palabras

Mezcla de la ironía del tiempo, con la soberbia infinita que puede insuflar la impunidad y el grotesco regreso de un boomerang (o el efecto lógico de quien escupe hacia arriba) son las palabras del propio Menéndez las que le sirven al Dr. Eduardo Luís Duhalde para sostener sus afirmaciones. En el mismo tono y sin moverse pulgada del discurso con el cual calificó de inconstitucional al Tribunal que pretendía juzgarlo y al juicio en sí mismo, bajo el título “Terrorismo o tercera guerra mundial”, el 3 de diciembre de 1980, Luciano Benjamín Menéndez escribía en el diario La Nación: “Estamos los argentinos, como todo el mundo, librando una guerra contra el comunismo. Se trata de la tercera guerra mundial y como tal, la guerra debe total. Actuar en todos los campos (…) No podemos conformarnos con desarmar el aparato armado”. Y el 26 de julio del mismo año: “El país debe transitar por el andarivel democrático a cuya izquierda y derecha no exista nada (…) Todo el espectro político del país se encuentra a la izquierda”.

La imposibilidad de escapar

Durante los últimos 30 años, María Victoria Roca intentó inútilmente olvidar todo lo que le ocurrió en La Perla. Pero hoy, con todos sus miedos y fantasmas, ingresa a la sala de audiencias dispuesta a enfrentarse con su verdad, por la verdad y la justicia.
El 16 de mayo de 1977, cerca de la Av. Fuerza Aérea, Victoria está sentada en el banco de una plaza. Una pareja pasa por delante suyo y el hombre saca una pistola que apunta a su cabeza. Victoria ve que salen personas de todos lados y la rodean. La tiran al piso y la golpean a patadas. “Perdiste nena”, escucha. Y la meten (encapuchada o vendada) en un vehículo. El de la pistola en su cabeza es Luís Manzanelli, también logra reconocer a Jorge Acosta y Barreiro entre los que la secuestran.
El trayecto de viaje es corto y por relatos que había escuchado, Victoria sospecha de que la llevan a La Perla. Cuando le quitan la venda (o capucha), está sentada en una oficina donde le preguntan su nombre. En una reacción entre inocente e inconsciente, Victoria responde que no hablará hasta contar con la presencia de un abogado. “¿Querés que lo llamemos a tu tío, ese que anda desprestigiando el país en el exterior?” Amenazan y se burlan sus interrogadores.
La referencia era para Gustavo Roca que junto a Garzón Maceda estaban realizando denuncias ante organismos de Derechos Humanos en EE.UU. por la situación de Argentina. De las oficinas la llevan a la sala de torturas, un lugar “pequeño, bajito y sofocante, con mucha gente”, según recuerda. Allí, Victoria ve a Vergéz con la picana en sus manos haciendo chispas mientras Hermes Rodríguez la sujeta de las manos y le sugiere que no se haga golpear.
La situación es intimidatoria, pero hay algo que a Victoria la daña y vuelve mucho más indefensa y es la “terrible vergüenza por estar desnuda” entre toda esa gente. Despojada de sus ropas sólo le queda una cadenita con una cruz colgada de su cuello. Barreiro se la arranca y le sentencia como una maldición irremediable: “La única cruz que vas a llevar es la que te vamos a provocar nosotros para el resto de tu vida”.

Más hondo que la piel y los huesos
La crueldad de la tortura, atada en la cama y picaneada es difícil de describir e incluso de comprender para Victoria, pero otra vez la violencia pega más duro en la cabeza que en el cuerpo. Victoria describe la cama donde estaba atada como un elástico de hierro y recuerda la cantidad de rostros que la veían. “Parecía un circo romano”. Por momentos, la tortura cesa en su cuerpo, o quizás sólo cambia de lugar. A su lado, el chico Mopty grita de dolor mientras reza “estoicamente el padre nuestro”.
La tortura tiene su sala especial, pero recorre todos los espacios y momentos de la vida en cautiverio. Victoria sostiene que nadie podía fugarse de La Perla dado el estado físico provocado por los maltratos sufridos. “Éramos piltrafas, y aun en la calle estábamos totalmente desprotegidos”. Recuerda que un día iban a trasladar al chico Novillo Corvalán a la cárcel y eso las reconfortó, porque los que llevaban más tiempo secuestrados sabían que “ir a la cárcel, era como ir paraíso”.
El testimonio de María Victoria corrobora lo relatado días atrás por Mirta Susana Iriondo. Cuando Acosta dio la orden, “regalo” según su forma de ver las cosas, para que Mirta, Tina, Mabel y María Victoria pudieran salir con vigilancia durante dos días. Ambas testigos vinculan esa salida con el terremoto de Caucete (miércoles, 23 de noviembre de 1977). Esto rompe con la coartada del imputado Jorge Acosta, que sostiene que a la fecha de los hechos que se juzgan 06-11 al 15-12 no se encontraba en funciones.

Por fuera del tiempo y la distancia
A fines de 1978, María Victoria pasó de su detención ilegal en La Perla a lo que los militares denominaban libertad vigilada. En el testimonio de Victoria, el concepto de “libertad vigilada”, aparece más bien como un eufemismo grotesco. La idea de libertad suena a burla. 
María Victoria Roca cuenta que trató de iniciar su vida de cero, en un intento “absurdo de olvidarlo todo”. Se mudó a otra ciudad y allí formó su familia. Pero siempre recibía una carta, un llamado telefónico que le hacía revivir nuevamente su calvario. Amenazas a ella su esposo y sus hijos, con la violencia de la impunidad y la burla.
Cuenta que en una ocasión, el propio Vergés se mudó a la misma ciudad y la llamó por teléfono para requerir los servicios de su centro recreativo/deportivo. También relata sobre llamadas telefónicas de Carlos Alberto Díaz (HB), saludándolos y queriendo saber cómo estaban.
“No pudimos sacarnos esto de encima, nunca”, explica María Victoria y muestra ante el tribunal, una carta recibida. Díaz Gavier toma el papel, escrito a máquina y lee: “Estimados ‘Chacho’ Remondegui y María Victoria Roca, ‘Sofía’. En el día del amigo, no queríamos dejar pasar esta ocasión, más aún con una amistad de 20 años. Decirles a los dos que están siempre en nuestra mente y hoy más que nunca, al igual que sus hijos. Cuiden mucho la salud, sobretodo ustedes porque ya no tienen una edad adecuada para andar corriendo como hasta ahora. Pero cuidado, que estamos en todas partes, atentos y vigilantes. Ya pronto verán, como a otros, los va a alcanzar el brazo de la justicia popular como dirían ustedes en los años ’70.
Nos despedimos con el saludo revolucionario de aquella época: Perón o Muerte y AVOMPLA (a vencer o morir por la Argentina).
Centro Educativo La Universidad, La Perla 5101, Malagueño, Córdoba
20 de julio de 1998”.

No hay palabras posibles después de la lectura de la carta, la fecha (1998) queda resonando en la sala de audiencias, en la cabeza y en los ojos de los presentes. Entonces, toma verdadera dimensión la maldición de Barreiro: “La única cruz que vas a llevar es la que te vamos a provocar nosotros para el resto de tu vida”.
María Victoria cuenta que en su intento por olvidar, sentía que todo eso no le había ocurrido a ella sino a otra persona, a un conocido. Hoy, después de 30 años, reconstruye lo vivido y le parece “que hubiera sido ayer”.


El final del camino

De los testimonios brindados por quienes estuvieron secuestrados en La Perla surge la certeza de que los “traslados” eran la desaparición. “El pozo”, “mirar crecer rabanitos desde abajo”, eran las frases con las que los torturadores describían el destino final de los secuestrados. 
Pero el recorrido concreto de esos cuerpos a desaparecer no podía precisarse. José Adolfo Caro fue uno de los trabajadores de la morgue desde 1974 hasta 1982. Su testimonio reconstruye el recorrido de los cuerpos de los secuestrados/desaparecidos.
En la morgue, Caro y sus compañeros tenían orden expresa de que los cuerpos traídos y denominados “subversivos” por los militares no debían ser tocados. Eso significaba que no se efectuaría la autopsia correspondiente. Caro recuerda que los cuerpos ingresaban como NN, pero luego un “juez militar Manzanelli decía este es tal, este tal otro”, y así completaban a cada uno con su nombre. También afirma que llegaban con los dedos pintados, señal de que les habían tomado las huellas digitales y con un número. En la causa de muerte se registraba “herida de bala”; y en los motivos: “enfrentamiento armado”. Para Caro, algunos casos eran sospechosos porque hasta 5 o 6 balazos puede ser resultado de enfrentamiento, por resistencia, “pero 80 balazos es diferente”.
El testimonio aporta datos fundamentales en cuanto afirma que los enterramientos eran dispuestos y coordinados por personal militar, con orden escrita del Tercer Cuerpo de Ejército. Cuando la morgue excedía su capacidad se llevaban a cabo operativos de enterramientos masivos en fosas comunes. El testigo afirma haber participado de al menos 3 operativos de este tipo y recuerda la primera vez, pues en la fosa común donde les ordenaron descargar los cuerpos ya había otros cadáveres enterrados. “Esos cuerpos, no habían pasado por la morgue”, afirma Caro.
También declara haber visto en el cuerpo de los cadáveres clasificados como “subversivos”, evidencias de torturas como golpes, marcas de ataduras en muñecas y tobillos, quemaduras de picana eléctrica y la presencia de al menos 5 o 6 mujeres embarazadas.
Por último, se le pide que reconozca el libro de registro de la morgue. En el libro figuran los nombres de las cuatro víctimas con la misma hora de ingreso y como causa de la muerte el característico “herida de bala” que según Caro, registraba un médico policial que ni siquiera revisaba los cadáveres.
Los nombres de las cuatro víctimas están escritos con letra y tinta diferentes al registro inicial. El defensor oficial Liva pide un peritaje caligráfico para determinar el motivo de esta irregularidad, planteo que es rechazado por el Tribunal ya que el testimonio de Caro explicita la causa de esta diferencia.

El décimo tercer día del juicio llega a su fin. En adelante sólo restan tres testimonios y luego se dictará un cuarto intermedio de diez días hábiles para que las partes preparen sus alegatos.
A lo largo de lo que va del juicio, los testimonios han dado a conocer los horrores padecidos en La Perla, pero también han demostrado que no se trataba de un hecho aislado en cuanto al país, ni de una situación que se circunscribiera tan sólo a los campos clandestinos de detención, sino a cada rincón de cada ciudad, cada calle, cada vereda, cada plaza, cada casa, cada escuela, cada universidad, cada lugar de trabajo.
Hoy, María Victoria Roca, por primera vez después de 30 años de silencio, y con una fuerte convicción, decidió enfrentarse a la verdad que infructuosamente trató de borrar de su vida. El presidente del Tribunal, Díaz Gavier, tras agradecer su testimonio le deseó que “ojalá este testimonio le sirva para poder reconstruir y sanar un poco su vida”. Un deseo compartido, urgente y necesario para toda la sociedad argentina.

Por Leandro Groshaus, Gino Maffini y Ariel Orazzi

Crónica publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.