Luego de tres intensas audiencias, en las cuales los relatos de sobrevivientes del ex Centro Clandestino de Detención y Exterminio “La Perla” no dejaron lugar a dudas sobre la construcción de “una maquinaria pensada para matar”, el viernes se presenta como más “distendido”, si es que cabe este adjetivo en el juicio a los genocidas. “Dicen que Menéndez se fue de la sala cuando empezaron a probar el cañón de video y se vieron las primeras imágenes de las fosas comunes”, dice una fuente despertando más de un comentario sobre la cobardía del general de la muerte.
En instantes los dichos se confirman ante todos: antes que comience el testimonio de Ana Mariani, la defensa de los imputados dice al Tribunal que, por primera vez en el juicio, ninguno de los ocho represores quiere presenciar la audiencia. El dato no es menor ya que en las anteriores audiencias sólo se retiraron el “Cachorro” Menéndez, el “Salame” Rodríguez y el “Tío” Vega. “¿Por qué crees que hoy se van todos?” pregunta sin ingenuidad una mujer del público, “porque esta vez no tienen que intentar amedrentar a alguna de sus víctimas” responde, sin titubear, un hombre al lado de ella. El cronista asiente pero piensa que también hay otra razón más profunda, más pegada a lo que se viene ventilando, como acostumbran decir los abogados, con los primeros testimonios de los sobrevivientes del horror.
La verdad de frente
En los tres días anteriores, tanto Teresa Meschiati como Liliana Callizo y Piero Di Monte coincidieron en recordar que, entre tantos tormentos sufridos, el tema del asesinato de los secuestrados era algo continuamente negado por los responsables del campo de concentración. Si para éstos criminales torturar era “interrogar”, no es extraño que para nombrar sus asesinatos hayan usado eufemismos tales como “traslados”, “ir al pozo”, “mirar los rabanitos crecer desde abajo”. Un lenguaje paralelo, cínico, clandestino, tan negador de la realidad como las desapariciones.
Comienza la proyección del “Horror está enterrado en San Vicente”: ahí se ve la fosa grande, las fosas individuales, se cuenta que los cuerpos de los asesinados a veces estaban meses en la morgue hasta que se los inhumaba clandestinamente. Ahí está el trabajo científico, objetivo y responsable del Equipo Argentino de Antropología Forense. Ahí está la resolución judicial devolviendo los restos a sus familias luego de lustros. Ahí está la verdad, esa que los genocidas y sus cómplices siguen negando. Ahora sólo falta la justicia. Cuando llegue, seguro que Menéndez y su patota la querrán negar, estar ausentes. Pero ese día, tan próximo, no podrán huir a la consecuencia de sus actos. No podrán construir un lenguaje paralelo para negar que son culpables. Tendrán que asumir la verdad de frente.
Por Emiliano Fessia
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.