De Córdoba al mundo.
Por Mariano Saravia
“Este es el primer país que juzga a sus soldados victoriosos”, dijo el asesino Luciano Benjamín Menéndez (hoy lo podemos decir con todas las letras sin comernos ninguna querella porque está condenado por la Justicia). Y es verdad lo que dice Menéndez. Es verdad que son soldados, pero de los traidores que denigran al Ejército Argentino (bueno, ahora prontos a ser ex soldados, porque perderán hasta el rango, en su caso el de general de división). Y también es verdad que son victoriosos, porque tuvieron éxito en implementar a sangre y fuego un plan económico neoliberal y para ello necesitaron un plan genocida que nos privó como nación de 30 mil cuadros con los que hoy este país sería otro.
En definitiva, es verdad que Argentina es el primer país del mundo que está buscando verdad y justicia respecto al genocidio reciente, sobre todo enmarcado en la Teoría de la Seguridad Nacional. Ningún país de Sudamérica lo hizo ni lo está haciendo, menos que menos España, que cierra los ojos ante los crímenes franquistas de hace 70 años y muestra orgullosa al mundo un pacto de impunidad como el de La Moncloa del cual en realidad debería avergonzarse.
Aquí, con marchas y contramarchas, con contradicciones (juicio a las juntas, leyes de impunidad, indultos, inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y reapertura de los juicios), con 25 años de retraso, se enjuició con todas las garantías de la constitución a un general de la nación y se lo mandó a una cárcel común para que se pudra ahí hasta que se muera.
Ante tantas pálidas, ante tantas falencias, falacias y carencias, es justo dimensionar la trascendencia de este momento histórico. Momento histórico con todas las letras, porque este 24 de julio de 2008 entrará definitivamente en los libros de historia por venir. Algún día les diremos a nuestros hijos o nietos que estuvimos dentro de esa sala de audiencias, esa tarde soleada en el Parque Sarmiento.
Y le contaremos que a pesar de que estábamos cubriendo periodísticamente, también a nosotros se nos llenaron los ojos de lágrimas, porque pudo más el ser humano, el compromiso social y la postura frente a la vida que la fría técnica de la pirámide invertida o que la objetividad. ¿Cómo ser objetivos frente al horror, frente a La Perla, frente a Menéndez? Yo no quiero. Prefiero ser bien subjetivo porque concibo al periodismo no como un simple oficio con el cual ganarme el pan sino como una herramienta política de cambiar la realidad.
Mirá, si hay algo que quedó bien clarito luego del conflicto del Gobierno nacional con los empresarios sojeros de la Sociedad Rural (los mismos de Martínez de Hoz) es que no hay periodistas objetivos. Y está bien, por lo menos ahora sabemos quién es quién, se cayeron las caretas. Entonces todos somos periodistas militantes, las diferencias son dos: que algunos militan a favor de los poderosos y los ricos y otros militamos a favor de un sistema más humano. Que algunos mienten deliberadamente para amoldar la realidad a su ideología y otros tratamos de no mentir, sin creer que tenemos la verdad, pero no mentir.
Este fallo histórico no devuelve a las víctimas, pero por lo menos termina con la impunidad, y eso es mucho. Además, la cárcel común marca la cancha para todos los juicios que se vienen, contra Menéndez y contra los otros genocidas.
Ese jueves 24 de julio de 2008 fue cambiante, tuvo todas las alternativas, desde la última palabra de los delincuentes hasta el fallo del Tribunal, pasando por la vigilia, los cánticos, los nervios, las preguntas, la tensión, la espera, la impaciencia y, finalmente
las lágrimas, los gritos, los festejos, la descarga, la energía, la alegría que evoca a aquella alegría acallada de las víctimas.
La justicia es que un tipo que planificó el secuestro, tortura, asesinato y desaparición de miles de personas no pueda caminar por la misma vereda que los miles y miles de cordobeses honestos, que no pueda mirar el mismo sol que miramos los que con todas nuestras diferencias luchamos por construir este país.
Cadena perpetua, para siempre. En memoria de los que esperan desde siempre y de los que llorarán para siempre.
Cuánta gente no se emocionó, cuánta gente ni se enteró de este hecho histórico, cuántos siguen pensando que lo que sucedió fue una guerra entre dos bandos, cuántos pueden hasta sensibilizarse pero pensar que la tragedia fue sólo para las víctimas y sus familiares. Y cuánto de responsabilidad en todo eso tienen los medios de comunicación. Qué lejos estamos de entender como sociedad que esto nos pasó a todos, que no hay cuatro víctimas en la causa Brandalisis ni 30.000 desaparecidos, sino todo un pueblo vejado, violado, masacrado. Cuánto nos falta para entender que un delito de lesa humanidad es contra toda la humanidad. Que las víctimas de los genocidios no son los indios, o los armenios, o los judíos, o los zurdos, sino todos nosotros, incluidos los mismos victimarios en tanto y en cuanto son parte de la humanidad.
Pensar que Menéndez era un loco inhumano en cierta forma tranquiliza, y entonces podríamos quedarnos tranquilos con que esté en la cárcel. Pero la realidad es un poco más compleja. Menéndez no estuvo ni está loco, es muy humano y más allá de que este es un hito para la historia mundial, la lucha no termina con él preso. La memoria y la verdad requieren rascar más, llegar si se puede a los que usaron de forro a Menéndez y a los otros soldados traidores que alzaron las armas contra su pueblo. Es decir, llegar a los poderes políticos y económicos que necesitaron un genocidio para implementar el plan económico del neoliberalismo. Pero se ha dado un gran, gran paso. Y Córdoba, más allá de algunas chaturas, sigue sorprendiendo al mundo con hitos como éste, como la Reforma del '18, como el Cordobazo. A ese nivel está este 24 de julio de 2008.