Homenaje.
Por Luis Rodeiro *
En 1976, los militares instauraron a nivel estatal, el “poder desaparecedor”, como bien lo llama Pilar Calveiro. El poder del miedo. El terrorismo de Estado fue una estrategia minuciosamente elaborada, en cada una de sus proyecciones política y éticamente sádicas. Invocaban la necesidad de una “cirugía mayor”. Como también dice Calveiro, “los campos de concentración fueron el quirófano donde se llevó a cabo dicha cirugía; también fueron, sin duda, el campo de prueba de una nueva sociedad ordenada, controlada y sobre todo, aterrada”.
Luciano Benjamín Menéndez fue uno de los más tristemente célebres cirujanos del horror. Hoy, a más de 30 años de impunidad, llega por primera vez al banquillo de los acusados, en el marco del derecho vigente, el mismo derecho que les negó a Hilda Palacios, Horacio Brandalisis, Carlos Lajas y Raúl Cardozo, cuatro militantes de una larga lista de desaparecidos, torturados, asesinados que reclaman justicia.
Es, sin duda, una instancia histórica. Haber llegado a ella habla de la perseverancia de una lucha increíble. Hubo que derribar gruesos muros de silencio. Los 32 años de impunidad jurídica del tristemente célebre cirujano del horror se tejieron con la complicidad activa de la dirigencia política, social, económica de la sociedad cordobesa. El general era reconocido como supuesto prócer del Orden de Ciertas Digestiones.
Los políticos asistían a las tertulias del genocida y se disputaban su cercanía. Compartían su pan y su vino generoso en la peña cuartelera. Uno de esos prohombres –dicen los testimonios- le obsequió una bandeja de plata cuando dejó la jefatura del Tercer Cuerpo. El obispo de Córdoba lo trataba como un amigo cabal. Cada vez que –restaurada la democracia- tuvo que visitar los Tribunales Federales, era tratado como visitante ilustre, compartiendo el ascensor exclusivo de los altos funcionarios judiciales con los jueces que debían juzgarlo. Los “líderes” económicos le daban nivel de estadista, reconociéndolo como el hombre del poder. La mediocracia intelectual que se había apoderado de la Universidad, le escribía loas y manuales que justificaban los crímenes en nombre de la fe y de la patria.
Con la democracia en construcción, el General Cirujano presidió desde los palcos oficiales los actos de conmemoración patriótica, sin que ningún hombre de la partidocracia levantara su voz para decir No. Casi treinta años debieron pasar para que un intelectual cordobés lo increpara en un bar, frente a frente, gritándole asesino.
Hay que recordar porque ello nos da la dimensión del hecho histórico que comenzamos a vivir, de los pesados muros que fue preciso derribar, de la lucha tesonera de las Madres, de las Abuelas, de H.I.J.O.S, de los movimientos de derechos humanos que lograron instalar un cambio cultural sin precedentes, una labor gigantesca y paciente de desprender las vendas de los ojos de una sociedad aterrada ante la figura del General Cirujano, que había logrado imponer el miedo como piedra angular de un orden trágico.
Esta sin duda no es una nota periodística, es un profundo homenaje a los que hicieron posible esta instancia, en el marco de una democracia que es preciso seguir construyendo.
*Periodista