La objetividad frente al horror.
Por Mariano Saravia *
“Luego de Auschwitz no puede haber poesía”, decía Teodor Adorno, uno de los exponentes más lúcidos de la Escuela de Frankfurt. Se refería a la imposibilidad de simbolizar tanto horror: “Auschwitz no sólo fue posible, sino que ya ocurrió”. Y decía que todos los esfuerzos debían ser destinados a impedir que volviera a ocurrir. Es la base teórica de la expresión “Nunca más”.
Lamentablemente, ese nunca más es sólo una expresión, porque Auschwitz volvió a ocurrir, entre otros lugares, en Argentina. Y sigue ocurriendo hoy, mientras yo escribo estas líneas, mientras usted las lee. Está ocurriendo en Darfur, en Ruanda, en Irak, en las favelas de Río y San Pablo, y en las villas miserias de la Argentina donde la policía entra a matar directamente.
Imre Kertesz -el escritor húngaro, víctima del nazismo y Premio Nóbel de Literatura- le respondió a Adorno: “El verdadero problema de Auschwitz es que ocurrió, y es algo que no podemos cambiar ni con la mejor ni con la peor voluntad, y sólo queda la poesía, sólo queda resistir con palabras ciertas”.
En lo que estaban de acuerdo Adorno y Kertesz es en que después de Auschwitz no se puede vivir, trabajar, amar, escribir, hacer periodismo, leer, no se puede hacer nada igual que antes. Es un quiebre en la cultura occidental.
Y como ha dicho nuestro José Pablo Feinmann, “tenemos nuestro propio Auschwitz, y es la Esma”. Nosotros los cordobeses podríamos agregar: “Tenemos nuestro propio Auschwitz y nuestra propia Esma, y es La Perla”. ¿Cómo seguir viviendo, trabajando, amando, escribiendo, haciendo periodismo, leyendo, igual que antes de La Perla? ¿Cómo? Algunos pueden, gracias a un cinismo sin límites o a un desinterés irresponsable.
El martes 27 de mayo comenzó finalmente el juicio oral y público a Luciano Benjamín Menéndez, máximo responsable del terrorismo de Estado en Córdoba durante los años 70. Después de 25 años de democracia finalmente se hará justicia con uno de los mayores genocidas de la Argentina, luego de que en 1989 fuera salvado a dos semanas de ser juzgado por el indulto de Carlos Menem. Ahora bien, ¿Menéndez y los otros siete acusados en esta causa fueron personajes aislados que de pronto enloquecieron y cometieron los peores delitos de lesa humanidad? ¿O más bien fueron parte de un engranaje mayor que llevó adelante un plan sistemático? Y si fue así, ¿por quién fue diagramado ese plan? Sabemos que fue ejecutado por los militares que habían usurpado el poder político. Pero el poder económico, ¿en manos de quién estaba? ¿A quién representaba José Alfredo Martínez de Hoz, ministro de Economía de Videla? O Domingo Felipe Cavallo, ilustre producto cordobés mejorado en Harvard.
Quizá sea muy difícil probar judicialmente la vinculación directa entre un plan económico de desindustrialización y concentración de la riqueza con el genocidio, pero podríamos hacerle caso a Kertesz cuando dice que luego del horror “sólo queda resistir con palabras ciertas”. Y las palabras deben ahondar más allá de una eventual condena a Menéndez, el ejecutor del genocidio.
Después de La Perla, no se puede seguir viviendo ni haciendo periodismo como antes. Entre otras cosas, no se puede seguir con la cantinela de la objetividad. ¿Cómo ser objetivo ante el horror? ¿Cómo ser tan cínico al estilo Mariano Grondona, que sentó a su mesa de un lado al torturador Etchecolatz y del otro lado a su torturado Alfredo Bravo? Como escribió en cierta ocasión el periodista Alexis Oliva en la revista Umbrales, “la teoría de las dos campanas da paso inmediato a la teoría de los dos demonios”.
Eso fue exactamente lo que hicieron vergonzosamente muchos periodistas ayer cuando le pusieron gratuitamente el micrófono a Cecilia Pando o a Jorge Alberto Agüero, dos caricaturas grotescas de la defensa de los que violaron los derechos humanos.
Hoy es fácil subirse al caballo y condenar verborrágicamente a Menéndez, porque las condiciones sociales no dan lugar a otra cosa, pero mucho menos común es hurgar más en la mugre más asquerosa de nuestro pasado reciente. Si no se puede ser objetivo con los ejecutores del genocidio, tampoco debería ser posible frente a las fuerzas que lo impulsaron. Concretamente es la política económica de los grupos concentrados de sectores industriales, financieros y agropecuarios. La misma política económica que llegó a su máxima expresión durante el menemato y que generó las condiciones de miseria que dieron origen luego a la marginalidad y a la exclusión.
Hoy hay por lo menos cinco millones de compatriotas que están en esta situación de miseria, marginalidad y exclusión, que ya no sirven al sistema ni siquiera para ser explotados y por lo tanto, a los ojos de los poderosos están sobrando. Este es el nuevo genocidio en marcha, el que bajo la nueva bandera de luchar contra la inseguridad, lo que se busca es invisibilizar a los nuevos indeseables, con cárceles o directamente con policías entrando a sangre y fuego en las villas miserias.
¿Cómo ser objetivos ante esto? ¿Cómo podemos seguir viviendo nuestras vidas igual que antes de tanto horror? Veinticinco años después de la vuelta de la democracia, como sociedad buscaremos justicia para el genocida. Pero quedan muchos esfuerzos por destinar a que el horror no vuelva a ocurrir. Un verdadero “Nunca más”.
*Periodista