Así como los tres mosqueteros, en una trampa de la literatura, eran en realidad cuatro, la mañana del cuarto día del juicio a Menéndez el presidente del Tribunal, Jaime Díaz Gavier, levanta la mirada hacia el banquillo de los acusados y descubre una trampa similar, pero a la inversa. De los ocho imputados que figuran en su expediente, sólo hay siete.
La Defensa vuelve a la carga y plantea por tercera vez su requisitoria para que el Tribunal considere la salud de Lardone que según certificado expedido por los médicos del Hospital Militar estaría impedido de asistir a la audiencia. Al igual que la queja presentada en la instancia preliminar y el descargo anterior al inicio del juicio, la Defensa considera que se debe suspender el juicio o derivar al imputado a un juicio complementario.
Luego de tres horas aproximadamente, el forense de Tribunales, Eduardo Arturo Gasparrini, informa que el imputado se encuentra “compensado”, que su salud no estaba comprometida y le permitía presentarse ante la justicia. En vista de los hechos e informes, el Tribunal determina que Lardone está en condiciones de asistir, y dispone un cuarto intermedio hasta las 15 para proseguir el juicio con todos los acusados presentes.
Tras el cuarto intermedio dispuesto por el Tribunal, continúa el juicio, esta vez, sin trampas ni falsas percepciones. Los ocho imputados, son ocho y la testigo, Liliana Callizo los identifica uno por uno antes de iniciar su declaración.
Asalto a mano armada
El testimonio de Callizo inicia la noche del 31 de agosto de 1976, en la que junto a Raúl Osvaldo Levín (amigo) y Mirta Nieri (compañera de vivienda) fue secuestrada por un grupo de tareas entre los que reconoce a Acosta, Lardone y Manzanelli.
Según su relato, a la violencia con la que ingresaron, los golpes y maltratos se sumó el saqueo de bienes personales y cosas de valor. Con la misma violencia y maltratos los subieron con los ojos vendados a unos automóviles y los condujeron a un lugar abierto y oscuro. Corridas, gritos, golpes, quejidos, llantos, alaridos, más golpes, más gritos. Por algún intersticio de la venda, Liliana alcanzó a ver el horror que la rodeaba. Dos filas de personas en sus mismas condiciones. Todos con los ojos vendados. Era la oscura madrugada del 1 de septiembre, había llegado al Centro Clandestino de Detención La Perla, donde permanecería secuestrada hasta 1979.
La cotidiana oscuridad
La venda en los ojos, los golpes, los gritos, el llanto, no saber a dónde estaban, qué les pasaría. Liliana Callizo explica que la tortura era “una sola, constante, permanente, completa y llevada a cabo por todos”. No puede concebirlo como algo divisible o clasificable en psíquica y física. Para ella no había diferencias entre la picana, los golpes y la venda. En ese lugar, en su cuerpo y su cabeza, “todo era parte del mismo plan”.
La rigurosidad de un juicio exige testimonios más pormenorizados y Liliana Callizo tiene que ahondar en lo más duro del horror. Desde las condiciones infrahumanas en las que estaban hasta los vejámenes más brutales y humillantes. La poca comida y su mala calidad les provocaba debilitamiento físico y problemas en la dentadura (además de los propiciados por las palizas oficiales). “Una vez, por comer tanto pan duro nos habíamos hinchado todos”.
Recuerda particularmente un día en que la sacaron a tomar sol para combatir su palidez y mirando al horizonte descubrió los cilindros de Malagueño, esa se constituyó entonces en su única referencia espacial. El frío o el calor eran combatidos con la misma manta del ejercito “sucia con nuestra propia sangre reseca” explica Callizo.
El Tribunal le pide a la testigo si puede hacer una descripción del perfil y los roles asumidos o llevados adelante por los imputados dentro de La Perla. Al respecto, Callizo describe a Acosta como un jefe con mucho poder de mando, encargado de los Grupos de Operaciones, los que salían a secuestrar gente; a Díaz como un torturador muy duro, “se le transfiguraba la cara”; que Padován hacía lo mismo, pero “quería pasar desapercibido, él no hacía alarde de los muertos”.
En la misma descripción, Callizo habla de una oficina creada por Manzanelli donde reunió a un grupo de prisioneros (entre los que se encontraba ella), con la intención de “recuperarlos”.
La música del “Hombre del Violín”
En Julio de 1977, el padre de Liliana Callizo fallece por problemas de salud. Según la testigo, su familia había tenido que soportar acosos permanentes. “Una tarde cualquiera, llegaba Manzanelli, paraba un camión lleno de soldados y se metía a la casa a tomar mates”. Tampoco en la despedida los dejó en paz, asistió al velorio, pero cuando saludó en voz alta, una tía de Liliana reconoció en su voz al hombre que había secuestrado a una de sus vecinas y Manzanelli tuvo que retirarse.
Pero el “hombre del violín”, Luis Manzanelli, también hacía sonar melodías mucho más fuertes. Callizo recuerda con desgarrante claridad que una noche la sacaron de la cuadra, la llevaron por la fuerza hasta un salón. Allí le quitaron la venda y pudo ver a Manzanelli en la cabecera de una cama de hierro con un cable en cada mano. Sobre la cama, el cuerpo de una mujer que se arqueaba de un modo casi inexplicable. La aplicación de electricidad a manos de Manzanelli era anticipada con un baldazo de agua para asegurar la efectividad del método. Con el sacrificio de la que prefiere borrar esas imágenes de su cabeza, “por salud mental”, Callizo describe “los chispazos y el olor a carne quemada”.
Tres veces la sometieron a esta situación en lo que duró la tortura a esa misma mujer. “Era una noche de fiestas de pan dulce y apurados porque se les hacía tarde para la cena, la abandonaron ahí, agonizante. Al otro día la encontró un guardia”. Días más tarde se enteraría de que la mujer torturada era Herminia Falik de Vergara. Cuando Callizo piensa en los motivos por los cuales la sometían a presenciar estas torturas, lo condensa en una frase: “Era un plan de destrucción del ser humano”.
Sin salida
“Todos iban a morir a La Perla, solo era una cuestión de tiempo”. De ese modo Liliana da cuenta del destino que les deparaba a los secuestrados de La Perla. El “traslado” era el procedimiento por el cual se sacaba a las personas detenidas de La Perla para fusilarlas. Las personas eran preparadas con vendas y mordazas, según Liliana “por Lardone”, y conducidos a camiones. Una vez en el lugar les hacían cavar su propia fosa y los mataban.
En los fusilamientos participaban todos, de ese modo se aseguraban el silencio sobre los crímenes cometidos, a esto se lo conoció como “pacto de sangre”. Cuando había menos gente para fusilar se hacían grupos de tres personas, para garantizar que nadie quedara sin participar en la represión ilegal.
La metodología del traslado estaba integrada a una estrategia de amenaza continua. Todos las personas que pasaron por La Perla tenían un número, Liliana era el 375. Cuando se producían los traslados, los torturadores iban llamando de a uno, en voz baja y tocándole los talones para que se levantasen. “Cada vez que había un movimiento de camiones la vida se endurecía” recuerda Liliana. “Mantenían la incertidumbre como método de tortura permanente”.
Liliana describe cómo con Raúl “Colo” Levín habían acordado un método para encontrarse. Una forma de sobrevivir que habían plagiado de un libro Jorge Semprúm sobre los campos de concentración del nazismo. Cuando uno pedía ir al baño el otro hacía lo mismo, de ese modo podían constatar que el otro todavía estaba ahí y, mientras se lavaban, se tocaban las manos, intercambiar algunas palabras, se veían. “Compartir un poco de ternura para sobrevivir”. A los diez días después de haber sido secuestrados, ya no volvió a escucharlo: “grité ‘baño’, pero no escuché nada, no lo vi más al Colo”.
Mujeres, negros y Judíos.
“Yo como mujer fui víctima de una doble represión: la política y la sexual”, analiza Callizo. Y explica que las miradas de género no eran algo que se discutía en esos años, pero cuenta que la tortura era especialmente cruel cuando se las aplicaba a las mujeres. Relata que a los pocos días de estar secuestrada la llevaron vendada y disfrazada a una casa, donde Herrera la conduce a una habitación y la viola. “Muchas mujeres eran violadas, abusadas. Cuando a alguno le gustaba una mujer llamaba a todos para que la vieran desnuda”.
También reconoció que había una cuestión muy clasista y racista entre los torturadores. “Avendaño decía siempre, a mí me matan seguro porque soy negra, yo le decía que no pero así fue, la mataron”. Y explica que el grupo de los viejos que fueron quedando eran todos “blanquitos”. Luego recuerda que a su amigo Levín, mientras lo golpeaban, le gritaban “Judío de mierda”. A los 10 días de haber caído lo mataron”.
El regreso del terror
“Esto se parece a La Perla”. Las palabras suenan extrañas pero precisas en medio de la Sala de Audiencias. Liliana Callizo condensa así la sensación que atraviesa el ambiente cada vez que los abogados de los 8 acusados intervienen para interrogarla, particularmente Cuesta Garzón y Agüero. El trabajo de la Defensa pretende minuciosidad de orfebre: se monta sobre expresiones aisladas y descontextualizadas, aprovecha cada oportunidad de malentendido, escarba allí donde el dolor está más confuso y latente.
A través de su testimonio, Liliana Callizo va revelando con su historia los engranajes de una maquinaria del terror. Liliana habla claro, firme, desgrana un relato que ya narró muchas veces y que persiste en ese terrible equilibrio en que las cosas necesitan recordarse para alcanzar la justicia, pero también necesitan olvidarse para poder seguir viviendo.
Después de casi cuatro horas de revivir lo más terrible de sus historias le queda todavía enfrentar las preguntas de la Defensa. Durante la declaración, los abogados de los acusados trataron de resaltar expresiones descontextualizadas de Callizo, en gran parte aclaradas por el presidente del Tribunal para evitar una mala interpretación de los dichos de la testigo.
La Defensa pretende poner en duda las afirmaciones de Callizo: cómo pudo ver ciertas cosas si estaba vendada. Se trata de cuestionar la veracidad de su relato.
Sobre este punto las preguntas de los defensores de Acosta, Jorge Agüero y Alejandro Cuesta Garzón, son particularmente rebuscadas y ensañadas, al punto que la testigo las asimila justamente el tipo de tratos y de interrogatorios que sufrió en La Perla.
La estrategia repetida
En sus relatos, Liliana da cuenta de la presencia en La Perla de las cuatro víctimas (de Brandalisis, Cardozo, Palacios y Lajas). Recuerda que se trataba de un grupito que estaban al fondo a la izquierda de los baños, que tenían muchas dificultades para caminar, por las torturas y que una compañera que les llevaba comida le había contado que estaban muy golpeados.
Los defensores le reclamaban recordar en tal sentido –32 años después- la ubicación exacta en que residían los aproximadamente 40 secuestrados que estaban en la cuadra en La Perla a fines de 1977. La testigo identifica la ubicación de distintos grupos según la fuerza política a la que pertenecían, pero no la de cada persona.
La estrategia de socavar la veracidad del testimonio es tal que aferrándose a la descripción de los chispazos vistos por Callizo en su descripción de las torturas que presenció a Falik de Vergara, la Defensa pide un perito para determinar si tales chispazos son posibles y de ser así, si no hubieran puesto en riesgo a todos los presentes. Pedido que la cordura del juez Díaz Javier les advierte que no va a convocar un “perito en torturas” para comprobar dicha situación. Así fueron cayendo uno a uno los bombardeos al testimonio de Liliana Callizo.
Otra gran parte de las preguntas de los abogados defensores apuntan a evidenciar una supuesta complicidad de la testigo con los militares de La Perla: desde relaciones con alguno de ellos hasta participación en el secuestro y muerte de personas cercanas. La virulencia de las preguntas llega a tal punto que la interrogan sobre si había “entregado” a sus amigos y esa era la razón de su propio secuestro. Esta actitud obliga al Juez a denegar esa pregunta e impedir a la testigo a contestar.
De todas maneras, cada una de esas supuestas complicidades no son confirmadas por la testigo ni se infieren de sus dichos, con lo cual también echó por tierra la estrategia de la defensa dirigida a cuestionar a los testigos, que se repitió en días anteriores y que seguramente reaparecerá a lo largo del juicio. Lo que resulta evidente es su escasez de elementos para defender a los acusados y para deslegitimar a los testigos.
Alrededor de las 20, el Tribunal dicta el cuarto intermedio hasta mañana jueves a las 9:30.
La noche del 31 de agosto de 1977, Liliana Callizo con sus amigos, el “Colo” Levín y Mirta Nieri compartían uno de sus tantos encuentros en los que leían literatura internacional. Jorge Semprúm y los relatos de estrategias para sobrevivir y resistir al horror de los campos de concentración nazis de Buchenwald. Juntarse en el lavatorio, cruzarse, tocarse las manos, darse fuerzas, ver a alguien conocido.
Hoy, en la noche del 4 de junio de 2008, Liliana Callizo entrega su testimonio a la construcción de la verdad y la justicia para todos los argentinos. Un lugar donde muchas manos se juntan para compartir dolores, reconocerse y darse fuerzas para seguir adelante.
Por Leandro Groshaus, Gino Maffini y Ariel Orazzi
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.