Por qué es el símbolo de la represión.
Por Luka D’allemura *
“La grandeza de los crímenes borrará la vergüenza de haberlos cometido” escribió Nicolás Maquiavelo en el siglo XV para justificar el poder supremo del tirano sobre el pueblo del renacimiento europeo. El autor de “el fin justifica los medios” tiene una actualidad sorprendente a la hora de explicar quién es y cómo piensa el general que estos días está siendo juzgado en los tribunales federales por crímenes de los cuales, y he aquí la única diferencia con el pensador italiano, el acusado no está avergonzado de nada.
Todo lo contrario, en la plenitud de su poder, cuando era admirado y temido por propios y extraños por su ferocidad y eficiencia represiva al mando del III Cuerpo de Ejército -cargo que ocupó de septiembre del 75 al mismo mes del ’79-, fue capaz de decirles a los camaradas que cuestionaban sus métodos que “la victoria no tiene sustitutos”. Traducido: no importaba secuestrar, torturar, asesinar a un prisionero indefenso, ocultar su crimen y desaparecer su cuerpo si eso servía para “aniquilar la subversión”.
Esa afirmación, brutal, terrible, alevosa, tiene sus explicaciones personales, institucionales y doctrinarias. Pero vamos por parte. Luciano Benjamín es la realización más acabada y perfecta de una familia militar con peso propio en el ejército. Con su llegada al poder a mediados de los ‘70, sintetizó el sueño de varias generaciones. Los Menéndez se remontan a su abuelo paterno, que a fines del siglo XIX integraba lo que se llamaba ejército de segunda línea, o ejército de fronteras. Lo que hoy es la Gendarmería Nacional.
Su papá, José María, fue teniente coronel del arma de Caballería y participó en los fusilamientos de los obreros de la Patagonia en 1921 bajo el mando del teniente coronel Varela. Y su tío abuelo, Luciano Benjamín, a quien el “cachorro” le debe su nombre a manera de homenaje, fue un famoso general de caballería, ultraliberal y golpista contumaz, que se sublevó contra Perón en el ’51 y contra Guido en el ’62, y participó en infinidad de conspiraciones contra Frondizi, Ilia y hasta contra Onganía. Como se verá, su sangre lleva la estirpe del milico, del guerrero. Y si se repasa su legajo personal, la conclusión es que Menéndez fue un cuadrazo sobresaliente del ejército, donde todos los superiores que lo calificaron destacaron “su liderazgo y gran capacidad para el mando”. Por eso, su lugar en la historia es un mandato familiar que cruza de un siglo al otro, y cuyo ciclo termina en su figura. Una figura que nació para matar. Un general que en los días previos a la guerra con Chile que Videla impidió, era capaz de decir “que la Argentina necesitaba una guerra por generación para consolidar el ser nacional”. Esos son los elementos que convierten a Menéndez en un personaje muy respetado hacia adentro de la institución, y terriblemente cuestionado socialmente.
En lo institucional, Menéndez y todos los oficiales del ejército argentino fueron, desde 1853 para acá, defensores y parte de los intereses de la burguesía terrateniente aliada al capital extranjero y acérrima enemiga de los indígenas. Aunque su ejemplo es San Martín, siempre estuvieron del lado de la clase dominante, aquella que combatió las ideas emancipadoras del padre de la patria, y cuya dirigencia, que sigue manejando al país, jamás pensó en el desarrollo integral de la nación sino en beneficio propio. Es la clase que arranca con Rosas, se consolida con Mitre, se potencia hasta el paroxismo con Roca y su campaña del desierto, se recupera con Uriburu de la crisis populista irigoyenista, pierde su poder con Perón, triunfa nuevamente con Aramburu y termina con la Junta Militar y Martínez de Hoz. Ya en el ‘55, con 28 años y el grado de Capitán, Luciano Benjamín Menéndez, como toda la oficialidad del ejército argentino, se vuelve antiperonista y desprecia el poder de las masas. De aquí que en 1984 confiese en una entrevista que cuando se sublevó contra Viola, el 29 de septiembre de 1979, fue “para volver a la esplendorosa Argentina de 1940, previa al peronismo, proyecto que está bien lejos de lo que está haciendo el Proceso ahora”. En esa época, que Menéndez añora, la economía crecía, la política vivía del fraude patriótico y la clase trabajadora era superexplotada por el capital.
El último eslabón que termina de consolidar su ideología liberal, defensora del libre mercado, según sus propias palabras y las de su amigo Videla, es la aparición después de la segunda guerra mundial de la Guerra Fría. Menéndez y toda la camada de militares que gobernaron el país desde Onganía al ’83, están atravesados por esa visión del mundo. Toda su lógica analítica de la realidad está influida por ese cambio paradigmático, que se da no solo en las relaciones políticas, sino, y sobre todo, en la doctrina militar. La invención francesa de la “guerra antisubversiva” para aplastar la revolución argelina es transmitida a nuestras Fuerzas Armadas a principios de los ’60 con una nueva consigna: el enemigo no es más otro país extranjero (Brasil, Chile, Paraguay) es interno, está dentro de la sociedad y es ideológico, después político y por último militar. Para los militares y la Iglesia Católica argentina de los ‘70, enemigo es “todo aquel que no comulgue con los valores occidentales y cristianos”, cuyo defensor continental es Estados Unidos. Este nuevo concepto, que calará hondo en la estructura mental de Menéndez, lo llevará a perseguir a todo aquel que se oponga al Proceso aunque no pertenezca a la guerrilla, y a boicotear una salida política del gobierno, que el ejército empieza a discutir en el ’78.
Pero Luciano, que llegó a ser uno de los tres generales más influyentes en los dos primeros años, decide profundizar la represión porque “si bien la subversión militar está aniquilada en el territorio del III Cuerpo, ésta sigue vigente en las fábricas y en las universidades”. Esa misma visión, que lo empujó a sublevarse contra el gobierno y por ende a un retiro anticipado del ejército, lo lleva a pensar hoy, a días de cumplir casi 81 años (el 19 de junio) y de ser juzgado por crímenes de lesa humanidad, que la “subversión perdió la batalla militar, pero ganó la política”. Y citando permanentemente a Gramsci, sostiene que su juicio en la justicia federal es una “victoria subversiva, que cambió los métodos pero no los objetivos. En los ’70 peleaban con el fusil, ahora lo hacen controlando los medios de comunicación, la educación y la cultura”. Por eso, que nadie espere su arrepentimiento y mucho menos la verdad sobre sus crímenes. Está formado para morir creyendo haber sido un héroe y salvado al país del “comunismo internacional”. Por más que la historia y la sociedad se empecinen en demostrar lo contrario.
* Periodista