Simbología fallida.
Por Luis Rodeiro *
La cultura occidental predominante –la cultura de los “blancos”- demonizó el color negro como símbolo de lo trágico, lo horrible, lo nefasto, lo necrológico. En esa cultura desgraciadamente vivimos. El General Asesino y algunos de sus secuaces, se sentaron en el banquillo de los acusados, ostentando cintas celeste y blanco junto a una negra.
Es posible que en su altanería criminal quisieran significar que la Argentina está de duelo porque la Justicia –empujada por las luchas de la dignidad- se ha atrevido a juzgar a ellos que se sienten “próceres” de la patria. La intención de provocación se ha convertido en acto fallido. Han reconstruido así la simbología de la muerte, el orden de la muerte, que en forma siniestra, desde el poder del Estado del que se apropiaron, impusieron a la sociedad. No podían prescindir de esa cinta negra. Es el color de los fascistas.
Ayer, en el primer día del Juicio, se reprodujo en silencio la escena que le tocó vivir al pensador español Miguel de Unamuno, cuando participaba de un acto en la Universidad de Salamanca, en la España franquista, cuando un grupo comandado por el general Millán-Astray, gritó aquel famoso “¡Viva la Muerte!”. La cinta negra que lucieron ayer los asesinos era en definitiva aquel grito tremendo. “Acabo de escuchar-dijo Unamuno-el grito necrófilo de ¡Viva la Muerte! Esto suena lo mismo que “¡Muera la Vida!”. Ayer, Menéndez y sus cómplices, asumieron una vez más su identidad, lo que practicaron largos años cuando convirtieron al Terrorismo de Estado en el eje de una política, de un orden nefasto y genocida. Enarbolaron hoy como ayer la simbología de la muerte. Al frente tenían militantes populares, quizás en la mayoría de los casos combatientes que ejercieron, en ese preciso momento histórico, con sus luces y sus sombras, el derecho constitucional a la rebelión contra un orden dictatorial, pero que fueron secuestrados, torturados, vejados, asesinados por fuera del orden legal que decían ostentar.
El juicio que ha comenzado contra Luciano Benjamín Menéndez, aun cuando fuera condenado –como esperamos- a prisión perpetua, no salda sus deudas con la Justicia. Es –debe ser- el comienzo de una larga lista de juicios por desapariciones, vejámenes, torturas, asesinatos, que están todavía impunes y que la Justicia demora, escamotea, posterga, diluye en su propia complicidad. El Caso Brandalisis no agota la inimaginable dimensión de asesino que proyecta este cobarde general, que se creyó dueño de vidas y muertes. Es sólo un paso. Tampoco este juicio licua las culpas de sus cómplices que no están en esta ocasión en el banquillo de los acusados. En la lucha por la verdad, no se puede dejar de pelear para que cada uno y todos los asesinos lleguen a proceso y reciban su condigno castigo. No cabe duda tampoco que con este juicio por desaparición, tortura y muerte de Hilda Palacios, Horacio Brandalisis, Carlos Lajas y Raúl Cardozo no concluye el juicio al terrorismo de Estado en Córdoba, que fue uno de sus centros más activos y sádicos en la estructura de poder de la dictadura genocida.
Sólo hemos iniciado un largo camino.
*Periodista