10:15 El presidente del tribunal Jaime Díaz Gavier inicia la duodécima sesión. El primero en declarar es el sobreviviente Héctor Kunzmann, secuestrado el 9 de diciembre de 1976 y liberado el 1 de noviembre de 1978, días antes que naciera su hija.
Antes de iniciar su relato, de pie frente a los acusados, los reconoce por sus identidades y alias. Alto y de contextura robusta, con voz firme y serena narra lo vivido 32 años atrás. En los setenta, militaba en la Juventud Peronista, ligada a la Tendencia Revolucionaria y Montoneros. A mediados de 1976, se radica en la ciudad de Córdoba, en una pensión de barrio San Vicente. El 9 de diciembre, a eso de las 21, en pleno centro de la ciudad –Colón al 200-, fue secuestrado por el grupo de tareas de La Perla, que en esa ocasión estuvo reforzado por varios "Números" (denominación que le daban a los civiles y suboficiales de otros destacamentos), personal del Liceo Militar General Paz y comandadod por el civil "Palito" Romero. En esa patota, se encontraban “Poroto” Lemoine y otro individuo que tocaba en la banda de música de Paraná. Fue introducido en un automóvil, y conducido a La Perla con los ojos vendados. En la oficina y en presencia de otros detenidos, fue golpeado con un garrote en la cabeza y el torso, mientras le pedían datos personales y de la organización política.
Fue llevado a La Margarita o sala de terapia intensiva. Lo arrojaron a un “camastro de hierro” y Romero le aplicó picana eléctrica por largo tiempo. “Quieren datos sobre citas, direcciones de casas”, precisa. Luis Manzanelli, al otro día del secuestro, “se presentó, dijo que era Luis y que me olvidara de los derechos. Que ellos eran dioses y que iban a decidir qué hacer con mi vida o con mi muerte”, afirma. Después, fue depositado en La Cuadra, aislado. Su único contacto es la Negra Tita –Servanda de Buitrago- que reparte la comida. “Era unos 20 años más grande, era como la tía de todos”, recuerda con afecto.
“Diciembre fue muy duro”
El Juez Díaz Gavier conduce el interrogatorio. En ese sentido, introduce preguntas aclaratorias. “La tortura psíquica no se va nunca”, reflexiona el prisionero al igual que el “sometimiento y la servidumbre” no se olvidan. El magistrado quiso saber en qué se expresaba esa coacción y Kunzmann contestó que “el hecho de estar vendado, sin libertad, es una coacción física y psíquica muy grande”. También contó que entre noviembre y diciembre (Carlos Alberto) “H.B” Díaz lo llevó a la margarita para que presencie la tortura que el Chubi López le aplicaba a Bracco -un militante de la JP luego trasladado en enero de 1977 junto a “la vasca” a Bahía Blanca.
Con el tiempo, los prisioneros comprendían la jerga de los verdugos. Traslados, tabicado, lancheo, ventilador, eran expresiones que disfrazaban una metodología ilegal, secreta y cruel. El traslado era lisa y llanamente el fusilamiento. Había una ceremonia previa. Todos debían estar tabicados y acostados sobre las colchonetas. “Después de la siesta, había un clima de tensión, un silencio sepulcral. En la oficina los maniataban y vendaban. Llegaba el camión y al cabo de unas horas regresaba”.
El Juez quiso saber si en el lugar hubo muertos por la tortura. “A fines de diciembre de 1976, se escuchaban los quejidos de dos compañeros: el médico Fernández Zamar y María Luz Ruarte, militantes montoneros, que murieron allí”. También recordó que un joven al que apodaban el bebé, de apellido Mongeau, murió en el lugar.
A los cuatro jóvenes, víctimas de la causa que se instruye, recuerda que los vio en La Perla. Precisamente, al testigo, lo llevaron de lancheo en uno de los autos junto a personal de inteligencia. “Era una lomitería humilde” comenta. A quien más conoció fue a (Raúl) Cardozo porque “era muy buen dibujante”. En esa época, su pareja Mirta Iriondo y otros presos recibieron dibujos de regalo. Una madrugada, los fueron a buscar a la cuadra y después se enteraron que “murieron en un simulacro de enfrentamiento, en un ventilador”.
En otro tramo de su relato, manifiesta que “diciembre fue muy duro”. El 15, Víctor Hugo Merchiari, Dardo Rodríguez, Payo Verón, la gringa Demarchi y su compañero Rafael Aguilar, fueron trasladados. Sobre la navidad recuerda se sorprendió de ver a personal de inteligencia saludando. Un gendarme tocó la guitarra y Tomás Di Toffino bailó con una compañera que tenía el ojo negro por la golpiza recibida. En febrero se produjo “el traslado de 15 compañeros que estaban desde hacía tiempo. Se llevaron de a tres por día”, comentó. Entre ellos, Tomás Di Toffino, Nina González, Susana Gómez de Avendaño, el médico Cacho Álvarez, el Sapo Ruffa, la gringa Teresa Doldán y “un compañero muy querido: Mario Nivori”.
Una estructura de poder ilegal
En relación a los represores y sus responsabilidades dijo que en 1976 era difuso, pero que en 1977, “H.B” Díaz, (Palito) Romero, Chubi López, (Ernesto) Barreiro y Juan XXIII González, eran las cabezas visibles. Se comentaba que las directivas venían de Menéndez vía el Destacamento de Inteligencia 141 donde estaba el coronel Anadón, “salame” Rodríguez y (Jorge Ezequiel) Acosta, responsable de La Perla junto a (Carlos Alberto) Vega. También vio a Hugo Herrera; a (Hermes) Rodríguez recordó haberlo visto, en la cuadra, cuando secuestraron a María Victoria Roca, en mayo. “Se supo que había estado en la sala de tortura”, comenta. En relación a las visitas de Menéndez, sostuvo que fue “por lo menos dos veces”.
A Vega lo vio “infinidad de veces”. Lo obligaron a trabajar, primero en una oficina -desde fines de enero a marzo- y después en un galpón de automóviles. Le tocó pasar a máquina una carpeta con las acciones que habían llevado adelante los represores en 1976. Así, pudo saber que la información se organizaba por nombre del blanco, secuestro y participantes. Se hacían tres copias a máquina. Una quedaba allí, otra iba al destacamento de inteligencia y otra al tercer cuerpo.
En el galpón de automotores permaneció un año y medio hasta que salió días previos al nacimiento de su hija. El responsable del sector era el "Yanqui" Luján, imputado en la causa y sobreseído por fallecimiento. Mientras que Padován era el encargado de la logística.
Pero, enfatiza en que “todos participaban de los secuestros y torturas”. Cita como ejemplo cuando ordenó que el suboficial del ejército de apellido Reyes, cautivo por su militancia en el Partido Comunista (PC) fuera sometido a sesiones de tortura diarias. Al poco tiempo, fue trasladado. “Un día, no lo ví más, ni a sus compañeros. Gino (Padovan) era el que lo llevaba y lo traía” subraya.
Con respecto a Lardone dijo que “se vanagloriaba, era uno más”. Mientras el testigo lo incrimina, “Fogonazo” mira la cámara del juzgado y dice “son mentiras”, “no es cierto”, acompañando sus dichos con gestos. A (Luis) Manzanelli, a quien caracterizó como nazi, lo identifica como el jefe de interrogadores, aunque reiteró que “todos participaban”.
Sobre el llamado Pacto de sangre consignó que el que lo mencionaba era Barreiro y por comentarios se sabía que alcanzaba a todos los oficiales en actividad de la brigada aerotransportada. “Todos debían participar en los fusilamientos y supuestos enfrentamientos llamados ventiladores”.
La fiscal Filoñuk, por su parte, preguntó si conocía a alguien que no haya sido torturado. Dijo que de los centenares de casos que conoce, todos pasaron por la sala de tortura, excepto un médico de apellido Vázquez “caballo loco” y un tal García Cañas. El testigo en la respuesta aclara que vio la presencia de embarazadas como Rita Alés “la panzona”, quien luego de dar a luz fue fusilada; a Dalila D’alesio y su compañero luego trasladada a la Esma; a Elena Fildman, a la señora Iavicola tenía un niño Pedrito.
A Claudio Orosz, según su propia expresión, le toca “hacer las preguntas sonsas”. Por caso: si en su detención hubo alguna autoridad judicial, si conocía algún decreto del PEN (Poder Ejecutivo Nacional), y si Menéndez o algún personal militar podrían ignorar lo que allí ocurría. La respuesta, obvia. Por su parte, el abogado de la familia Lajas solicita que le muestren las fotos de Lajas y de Cardozo. Los reconoce y se emociona al hacerlo. Recuerda que las víctimas estaban ubicadas entrando a la cuadra a la izquierda a la mitad del salón.
La defensa, por su parte, desplegó su estrategia conocida. Una de las tácticas elegidas es la de sugerir que las víctimas fueron colaboradores voluntarios. El abogado defensor de los imputados, Adriano Liva le preguntó al testigo porqué creía que él no tuvo el mismo fin que los demás. “No tengo respuesta”, respondió. El abogado Agüero intentó ser incisivo. Cada respuesta a sus preguntas siempre capciosas y planteadas desde el hostigamiento, en un tono agresivo, solicitaba que todo constara en actas. Esta conducta motivó a que el Juez Muscará le recordara a todas las partes que se trata de un juicio oral por lo que no debían abusar de esa modalidad.
13:30 Sobre el final, Kunzmann solicita realizar un homenaje a los niños y personas que estuvieron relacionados con La Perla. El juez le advierte que no puede autorizar un homenaje, pero que puede hacerlo como parte de la declaración. Así, lee una lista confeccionada por tradición oral entre todos los sobrevivientes.
Los Lajas
Pasadas las 15,30 ingresa la testigo Silvia Lajas. Es la segunda de los hermanos de Carlos Lajas que declara.
Al terminar el protocolo de lectura, reconoce a Díaz y Padován. Sin saber sus nombres recuerda que fueron parte del grupo que allanó su casa horas después de desaparecido su hermano Carlos.
“Primero pensé que eran de la DGI” comienza a relatar Silvia recordando aquel 6 de noviembre de 1977 cuando tres Ford Falcon verdes llegaron hasta la lomitería de su familia donde vivían Carlos junto a su padre y tres de sus hermanos. “Cuado entran –prosigue- uno de ellos me muestra un carnet de identificación que decía Seguridad de las personas.” Estaban de civil y no tenían orden de allanamiento.
“Rutina, señor, rutina” le aclararon al padre de Carlos cuando preguntó porqué ingresaban. Silvia intenta reconstruir cada uno de los pasos por la casa. “Sabían todo”, afirma y, acto seguido, describe cada uno de los detalles de la conversación sobre las cosas y lugares de la casa. En el allanamiento, recuerda que Díaz y Padován murmuraban cosas entre ellos pero que ni ella ni su padre escucharon.
“Hace 31 años que me vengo mortificando por haber dejado solo a mi hermano” y se quiebra. Con vos temblorosa, cuenta que horas antes, decide ir al ginecólogo y deja a Carlos al cuidado de su sobrino de seis meses. “Cuando volví y ví el nene solo, me di cuenta de lo que había pasado.”
En un relato circular, la testigo va dando detalles, anécdotas de la disposición de los falcon, de los nervios posteriores, de la intimidación, de cuando abrieron el ropero y tomaron el cuadro donde estaban todas las medallas del colegio Lasalle de Carlos hasta el momento en que se retiran y su padre comienza a llorar.
Uno de los momentos claves del testimonio se desarrolla también fuera de la lomitería. Cuando Silvia se dirige a la verdulería, estaba el hermano de “Martita” - Marta Bernabé quien ya fue testigo- acomodando los cajones. Rafael hacía el servicio militar y en medio de la conversación le dijo: “Uno de los que entraron es el teniente Salvate, donde yo hago el servicio”.
“Quería rápido que sea el otro día” aclara y va demostrando con la ansiedad que vivió aquella noche. A la mañana siguiente, fue a la seccional XIV y pidió hacer una exposición. Desde allí fue al comando 14 pero recién al otro día la atendieron y el hombre que decía ser Salvate no era quien había ingresado a su casa. “Quizás era alguno de los que se quedó en el auto” arriesga la testigo. Después “aquel teniente” le dijo que se fijaría en uno de los “galpones del frente” donde había detenidos. “Salí desolada, ¿ahora donde lo busco?, ¿a quien pregunto?” recuerda que pensó.
El dolor de la familia
Alrededor de las 16,30 comienzan las preguntas de la fiscalía. Los interrogantes son de precisión. Allí Silvia aclara que el hermano de Bernabé, cuando ella declaró en el 2002, negó los hechos y le dijo “prefiero que me metan preso pero no voy a decir”.
Uno de los momentos de mayor tensión dentro de la audiencia se crea cuando Silvia recuerda que ese mismo año la llaman por teléfono. “Recién ahí tomo conocimiento de la suerte de mi hermano. Pensé que me moría… Después de veintipico de años era la primera vez que alguien me nombraba a mi hermano”. La testigo vuelve a quebrarse y muestra lo que consideró después un error porque “siempre lo busque sola”. Y parecía hablarles a las Madres, las Abuelas, los Familiares y los Hijos presentes en la audiencia.
Veinte minutos después es el turno de la Defensa, Liva busca detalles sobre aquella fecha que llevó a la testigo a narrar la cotidianeidad de la familia de Carlos Lajas: “a las cinco de la mañana yo llevaba a mis hijos a la guardería de la casa cuna y los retiraba a las siete de la tarde. No teníamos ni para comer”. Es en aquel relato, donde la táctica de la defensa se vuelve en contra y activa, en la testigo, un recuerdo de gran trascendencia para desmontar lo que sucedía con las otras víctimas del terrorismo de estado: “Hablando de la Casa Cuna… quiero contar algo que nunca declaré y lo recuerdo ahora que lo nombro…” y allí el aire se entrecorta. Silvia prosigue y gesticula claro “En la puerta siempre había soldados. Yo le pregunté a Mercedes, a la asistente social, porque habían soldados dentro y fuera.” Y respondió: Porque en el segundo piso hay chiquitos que traen los militares.
Antes de retirarse, Silvia le habla al tribunal: “mi mamá nunca pudo estar por su estado de salud. Es hipertensa y tiene pre infartos. Llora y me dice: yo soy la madre y no puedo estar. Entonces me pidió si les podía decir a estos señores –aquí la testigo se adelanta sobre su silla y mira fijo al tribunal- si les podrían decir donde están los restos de su hijo, para poder enterrarlo y morir en paz.”
Desde la inocencia colmada de dolor, Silvia Lajas gira su cuerpo hacia el lateral y mira a los acusados: “Por favor, se los pido, díganlo ahora para que mi madre pueda morir en paz”. Ellos miran a los costados, para abajo, perdidos.
En la audiencia, un silencio conmovedor. Sollozos bajos, párpados hinchados de dolor.
A las 17 ingresa al recinto el hermano menor de Carlos: Ricardo Daniel Lajas. Lo primero que aclara es que “al que si conozco es al General Menéndez porque hice el Servicio Militar en el año 79-80.”
El juez Diaz Gavier continua conduciendo el interrogatorio, el tercer hermano de los Lajas se muestra nervioso y no articula fácilmente el relato. Se intenta precisar el día del allanamiento, y allí se presta la confusión. “Creo que fue un viernes” arriesga. Sin embargo, según el expediente y el relato de los otros testigos, fue el domingo 6 de noviembre. Cuestión a la que la defensa esta vez no busca ahondar –a diferencia del testimonio anterior cuando Silvia misma recuerda que fue ese día.
El Fiscal Hairabedian lo interroga sobre su paso por el servicio militar de lo que recuerda una vez que “hizo guardia en la 141… el coronel Castellanos estaba en un grupo comando… y yo llevé a un apareja a un grupo comando”. El testimonio de Ricardo es desordenado. Antes de terminar vuelve y declara que “los generales y comandantes tenían autos verdes”.
Cuarto intermedio, anuncia el tribunal. Todavía resuena el pedido de Silvia. Multiplicado.
Por Katy García y Ximena Cabral
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.