Tabicados.
Por Marcelo Polakoff *
Desconocía el término. O lo asociaba vagamente a una cuestión de ubicar algún que otro tabique de madera para separar algunos ambientes de otros.
Pero a partir de ayer por la mañana esta palabra pasó a formar parte de mi vocabulario con un sentido completamente distinto e impensado, gracias al desgarrador relato de Teresa Meschiatti, que en persona escuché -como todos los que estábamos presentes en los Tribunales Federales- en el juicio a Menéndez y a otros siete represores de la dictadura militar.
Dediqué la mañana a darme un baño de ciudadanía, y a seguir tomando lecciones de justicia, dos tareas que harto recomiendo.
Con sus 64 años muy bien puestos, ésta sobreviviente del campo de concentración de “La Perla” y primer testigo de este histórico juicio, explicó con lujo de detalles todo lo acontecido en sus dos años, tres meses y tres días de permanencia en el infierno, a escasos centímetros de los impávidos rostros de sus torturadores.
Las crónicas darán cuenta del contenido de sus estremecedores dichos.
Yo solamente me quiero detener en este término: “tabicados”.
Teresa, gesticulando con sus manos, nos contó cómo sus captores casi permanentemente mantenían con los ojos vendados a los habitantes de La Perla, tratando de impedirles todo contacto visual con el mundo exterior. Era uno más de los numerosos tormentos a los que los sometían, y sin embargo -según su testimonio- la mayoría se las arreglaba, de algún modo, para otear aunque más no sea algo de aquello que les era prohibido mirar.
Por debajo de la venda, y tal vez con el tabique de la nariz como obstáculo, lograban espiar un poco de suelo, alguna que otra pierna, y a veces -estirando un poco el cuello- algún rostro.
Escuchaba a Teresa, y a través de ella a tantos otros con sus voces sepultadas, y los imaginaba así, “tabicados”, sujetos por completo al campo visual de sus verdugos, tratando de atisbar aquello que nadie quisiera ver.
Y me dolía Teresa, y me dolían los muertos y los desaparecidos.
Y me dolía cuando Teresa mostraba su brazo arrugado y decía que aunque no tuviera el número grabado como los judíos en los campos de concentración nazis, todavía tenía a más de 30 años de distancia, las marcas de las picanas en sus piernas.
Y me dolía mi país y su justicia, tantos años “tabicados”.
La tradición hebrea ha preferido siempre el sentido de la escucha por sobre el de la visión.
Porque en última instancia, no hace falta ver para creer.
Hay que escuchar para creer.
Hay que abrir los oídos a la historia para sacarse las vendas, percibir de verdad y ejercer justicia.
Dios quiera que entonces, dejando de estar tan “tabicados”, los argentinos podamos prontamente tomar algunas de esas vendas, y usarlas esta vez para curar.
*Rabino, miembro del COMIPAZ