Un picnic que no supimos aprovechar.
Por Julio Moya
Serán muy pocas personas las que se puedan jactar de que a este abuelo de mirada siniestra no le deseaban el mal en ese instante. Contrariamente a ello, millones de argentinos esperábamos con ansias una condena de las características que tuvo finalmente. Que el peso de la ley le cayera como un piano de cola a la cabeza, como una grúa imposible de levantarse. Nadie podrá evitar esa sensación de castigo, de venganza sin olvido.
Y aquellos que no estuvimos en el lugar de los hechos, parados frente a las caras rugosas del pasado más triste de una historia que no dejará de retumbar en nuestras conciencias, sí lo hicimos frente a la pantalla de TV. Seguíamos por la pantalla chica, atentamente, la lectura de una sentencia que de a ratos se interrumpía por gritos de alivio momentáneo, de festejo en cuentagotas.
Canal 10, con toda su tecnología maltrecha, llevaba paso a paso lo que iba sucediendo en base a un esfuerzo descomunal, todo lo que fue ocurriendo a lo largo de todas estas semanas de desarrollo del histórico juicio. Sólo Canal 8 y el 12 tomaron por momentos una parte del instante cúlmine.
Luego, nada más. En Buenos Aires Crónica TV lo hacía levemente, mientras que Todo Noticias conectaba de a ratos. Los sitios web encabezaban sus portales esperando la noticia concluyente. Pero desde nuestra ciudad, quedó establecida esa sensación (y no es un reproche sin sentido) de que no estuvimos a la altura de lo que estaba en juego, de la significancia magnánima de un hecho realmente histórico, realmente atípico para los tiempos modernos post leyes de obediencia debida y punto final.
Casos como el de Miguel Etchecolatz se podría tomar como un parámetro cercano, pero así resulta incomparable. Córdoba estaba condenando a un alto mando militar, de real incidencia en la historia más negra. Etchecolatz era mano derecha del general Camps, pero la presa en cuestión ahora era Menéndez, sí, Luciano Benjamín.
Y, reitero, sin reprochar. Sólo por comparar, si esto hubiese sucedido en Buenos Aires, no habría habido novela que resista, programa, tira habitual "enlatada" o compromiso comercial asumido previamente. Crónica, América, TN, los cables, las radios, los medios porteños hubiesen escandalizado con su resonancia habitual y hasta casi podrían haber parado el país.
Siento que quedó esa sensación de que en Córdoba aún no estuvimos a la altura, teniendo en cuenta la dimensión de lo que estuvo pasando, todo aquello que debió ser un real estruendo mediático, pensando en el personaje en cuestión, en el peso y en la herida dejada a la sociedad argentina, en que realmente se asomaba a un pez gordo (desearíamos que fuera un Videla, Massera o Agosti) pero así y todo, éste Menéndez, este abuelo siniestro de mirada demoníaca estaba sentado a la buena de la Justicia, de una sociedad que festejó con lágrimas y emoción.
Fue un juicio de semejante tamaño pero pareció un picnic mal aprovechado para la buena cantidad de medios con los que contamos en la provincia. Córdoba vivió un momento de alta tensión, pero asimismo no parece que hayamos aún logrado detener por unas horas aunque sea a toda una provincia. Quizás Menéndez también merecía ese castigo de un golpe letal en las pantallas, en todas partes, por todos los parlantes, por todos los rincones.