11 de junio de 1976. Fue un día viernes y Susana Sastre ingresaba al Centro Clandestino de Detención la Perla. Vendada, esposada, golpeada. “La patota de la Perla” obligaba a Susana a entrar dentro de está “maquina de matar, alimentada por militantes” como describe en su testimonio. “Estábamos tan cerca y tan lejos”, exclamó tratando de trasmitir la sensación de impotencia que generaba escuchar ruidos de autos, sentir que estaban cerca, pero que nadie podía escucharlos.
11 de junio de 2008. Es miércoles y Susana Sastre vuelve a ingresar a La Perla. Pasaron 32 años. Esta vez, entra por su propia voluntad, acompañada por sus compañeros y sus familiares. Allí, en el patio que reconoce como el lugar donde una vez “una guardia piola” los sacó a tomar sol, la espera un Tribunal de la Justicia Federal. La esperan Abogados, Fiscales, periodistas. La espera la justicia y los medios de comunicación para escucharla, a ella y a los demás sobrevivientes. Fue tan lejos y ahora está tan cerca.
Va recorriendo el lugar, ese “estar nuevamente ahí” aparece permeado por las sensaciones que producen la suma de imágenes que pasan por la memoria de esta mujer, que aún así se mantiene firme. Apenas atraviesa el lugar donde estaba la reja en la cuadra dice: “Hoy Hace 32 años que me secuestraron”. Nadie sabe que decir. Son instantes que parecen inmensos. Los cronistas escriben, el juez hace algún comentario, Susana apenas sonríe. Sin embargo, se mantiene en pie, mirando hacia el frente todo el largo de la cuadra, lugar que la mantuvo desaparecida durante ocho meses. No vuelve a declarar, sólo le da forma, imágenes, lugares a todo aquello que ya contó.
Fueron dos momentos, dos formas de entrar. La recuperación de un centro clandestino como lugar de la memoria va adquiriendo así otra forma de ser vivenciado. El ingreso, esa entrada doble de la sobreviviente, se muestra como el reverso del horror. Aquel viernes frío y oscuro de junio, arrastrada en soledad anticipando las noches interminables de su cautiverio, se enfrentó con una mañana de pie, de reconocimiento, con voz propia y acompañada de la justicia.
Hace 32 años entraba a la perla, joven, con proyectos y la convicción de que las estructuras de oportunidades estaban dadas para crear un mundo equitativo y libre. 32 años después entra tan joven como aquella vez, aportando con su testimonio a las denuncias de quienes fueron los verdugos de toda una generación. Quisieron no dejar rastros, pero la memoria se recrea y los condena una y otra vez.
Por María Laura Villa y Ximena Cabral
Esta nota fue publicada en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.