Por Federico Albarenque *
Luciano Benjamín Menéndez marchó acompañado por un anónimo policía, cabizbajo, resignado, casi encorvado, con la mirada fija en el piso; como buscando explicaciones que su soberbia no le permitirán nunca encontrar. Las mismas explicaciones que víctimas y familiares vienen buscando desde hace 30 años. La Justicia Federal de Córdoba, en parte, se las dio.
"Cuídala a tu madre", le dijo Menéndez a su hija e inmediatamente después fue trasladado a Bower. Fue la última frase que le brindó a sus íntimos antes de ser trasladado a su actual destino, la cárcel común, en la que nunca soñó pasar los últimos años de su vida. Para ello, debieron pasar muchos años, muchas presiones, muchos gobiernos… y muchas amenazas.
La última etapa de un largo proceso que comenzó hace más de veinte años, y que se vio interrumpida por leyes de obediencia debida y punto final y gobiernos condescendientes, tuvo un fuerte impulso en el 2003 y se comenzó a ventilar el pasado 27 de mayo, cuando el Presidente del Tribunal Federal Oral Nº1, Jaime Díaz Gavier, ante un público expectante y mirando a la cara a ocho de los muchos represores que tuvo este país, dijo que se daba comienzo a las audiencias para determinar responsabilidades (algunas, no todas) por el secuestro, tortura y desaparición de cuatro militantes del Partido Revolucionario de los trabajadores (PRT): Humberto Brandalisis, Hilda Flora Palacios, Carlos Lajas y Raúl Cardozo. La famosa (ahora también histórica) causa Brandalisis, comenzaba a ingresar a la historia argentina.
Luego de una extensa acusación se fueron sucediendo uno a uno los testigos. La primera fue Teresa Cecilia Meschiatti, sobreviviente del ex centro clandestino de detención La Perla. Su relato, pormenorizado, mostró al detalle los padecimientos que debieron soportar cada uno de los que pasaron por ese lugar. Posteriormente corroborado por cada uno de los sobrevivientes que prestaron testimonio (nueve en total), los dichos de Meschiatti rebelaron que lo que se sospechaba, (algunos lo sabían), efectivamente había sucedido. Lo que a muchos le pareció espantoso por lo que escucharon, leyeron o les comentaron terceros, fue mucho más impactante relatado en primera persona.
El gesto que se desprendió de la cara de cada uno de los sobrevivientes durante sus relatos superó a los presentes. Aquellos que durante 30 años cargaron sobre sus espaldas apenados recuerdos, debieron apelar a lo más profundo de su ser para rememorar algo que, paradójicamente, vienen tratando de olvidar desde el mismo día que ganaron su libertad. "Llegar hasta aquí fue un acto de fuerza y coraje" dijo el testigo Piero Di Monte.
"De la tortura nunca se sale", sostuvo visiblemente emocionada otra de las testigos y su rostro no le dejaba mentir, el llanto tampoco. Fue la misma mueca de dolor que expresó el ex gendarme Beltrán al relatar cómo le dieron de baja de la fuerza por no acatar la orden de fusilar a una pareja de detenidos (la mujer, embarazada de unos cinco meses). Tan dramático como el testimonio de otra sobreviviente (preferimos reservar su identidad) que tuvo que contar a propios y extraños como fue violada en reiteradas veces. Ni a sus propios hijos se lo había contado. Los relatos se sucedieron con un hilo conductor: el horror.
La metodología para secuestrar a cada una de las víctimas (más de 1000 desaparecidos y una incalculable cantidad de detenciones ilegales durante esa época en Córdoba), quedó probada en este juicio, como así también la tortura permanente, sin hacer diferencias de sexos ni edades, como la que sufrieron alumnos del Colegio Manuel Belgrano, la desaparición de personas y su posterior enterramiento en algún campo militar o en fosas comunes en el cementerio San Vicente. También se pudo establecer que hubo un plan sistemático para aniquilar a los opositores. "Se creían dueños de la vida y muerte de cada uno de nosotros", señalaron varios testigos, "se creían Dioses" agregaron otros.
Susana Sastre fue más allá: "la Perla era una máquina de matar". La extensa prueba documental avaló los testimonios.
Una veintena de audiencias, 29 testigos, acusaciones infundadas y estrategias jurídicas más cercanas a una chicana que a una planificada táctica de defensa, acusaciones, debates, y alegatos mostró la formalidad de este juicio.
Llantos, emociones, suspiros, gritos, abrazos, resignaciones, también dejó, entre otras sensaciones este histórico proceso.
Lo que no dejó fue arrepentimiento alguno por parte de los acusados. Tendrán tiempo para reflexionar, pero en una cárcel común, como cualquier otro mortal, aunque, por suerte, no sean como el resto.
* Periodista