Los tres fiscales de este juicio se dividieron la argumentación del alegato. Comenzó el Fiscal General Maximiliano Hairabedian enmarcando el contexto de violencia política en el cual se desarrollaron los hechos, reivindicó la valentía y veracidad de los testimonios y desarrolló con claridad la teoría de la argumentación. Continuó Graciela López de Filoñuk describiendo la conducta y participación en los hechos de los imputados.
A diferencia de los días en que alegó la querella y la fiscalía, en esta ocasión todos los imputados estuvieron presentes, la mayoría de ellos atentos y anotando todo en sus cuadernos, incluso Menéndez que nunca lo había hecho.
En una jornada cargada de expectativas para conocer la estrategia defensiva de los imputados no hubo ninguna sorpresa. Los defensores repitieron sus descalificaciones a los testigos sobrevivientes de La Perla y efectuaron una pobre interpretación del derecho internacional.
Las crónicas de cada audiencia publicadas en el Diario de juicio, publicación digital realizada por H.I.J.O.S. Córdoba con la colaboración de periodistas independientes.
Los crímenes de lesa humanidad son, afirma Hanna Arendt, un atentado a la pluralidad humana. Tales actos, como ningún otro, ponen en riesgo toda humanidad. Suponen formas límite de violencia que niegan las personas morales (etnía, individuo, divisiones posibles de múltiples formaciones sociales) y sus derechos a la existencia misma.
Estas imágenes no deberían existir, por la misma razón que tampoco debió ocurrir el acontecimiento que las hizo posible. Si ahora, en este momento, pudiéramos dar marcha atrás, llegar hasta el punto exacto donde el rumbo de la historia pudo torcerse para salvaguardarnos del horror, sin dudarlo un instante lo haríamos.
Pero ya no es posible.
“Este Juicio ha terminado”, con estas palabras el Presidente del Tribunal ponía fin al proceso judicial. El juicio se había realizado, los imputados condenados y alojados en una cárcel común. Al igual que el primer día, la sala de audiencia estuvo colmada y en la puerta miles se adueñaron de la calle y esperaban con expectativas la sentencia, que podía observarse por pantallas ubicadas en la entrada de Tribunales. La audiencia comenzó con la última palabra de los imputados. Menéndez repitió el mismo discurso del comienzo, asumiendo y justificando su accionar.
Aquella mañana de 24 de julio, otro 24 para la historia, amanecimos con dos intrigas: ¿hablarán?, en caso de hacerlo se descontaba una repetición de argumentos arto trillados, por ellos y sus abogados. La otra intriga apuntaba al Tribunal, ¿dónde serán alojados los condenados?. La contundencia de las pruebas obtenidas durante el juicio no dejaba mucho margen para que la preocupación recayera sobre las penas.
La ronda de alegatos comenzó con la palabra de Martín Fresneda, quién tuvo a su cargo la descripción del Plan Sistemático de exterminio montado a escala nacional. Orosz abordó puntualmente los hechos investigados en el juicio y la participación de los imputados en esos delitos. La fiscalía dividió su argumentación en tres partes. En principio hizo su presentación el Fiscal General Maximiliano Hairabedian enmarcando el contexto de violencia política en el cual se desarrollaron los hechos.
La sala de audiencias estaba completamente llena y muchos afuera aun pugnaban por conseguir una butaca. El inicio se demoró más de la cuenta por el retrazo del abogado defensor de Acosta, Alejandro Cuesta Garzón, y las cámaras volvían para televisar en vivo y en directo una de las etapas más esperadas del juicio. Los imputados no quisieron presenciar las palabras de los querellantes y todos abandonaron la sala.
Ana Iliovich no integraba la nómina de testigos propuestos por las partes al inicio del juicio. Su nombre fue forzosamente extraído del testimonio de otra víctima del cautiverio en La Perla, a instancias del abogado Jorge Agüero. En aquella audiencia Teresa Meschiatti afirmó que una de las metodologías clásicas que empleaban los represores era el “lancheo”. Consistía en coaccionar a los cautivos a fuerza de golpes y amenazas para que salieran con ellos a secuestrar futuras víctimas. Los subían a los autos y debían “marcar” cualquier cara conocida que cruzaran.